SENTIRES

Autor:    Julián Silva Puentes

Julián Silva Puentes


PASIÓN


 

¡Tenemos presidente! En latín se diría Habemus presidente, como cuando se elige al Papa y todos decimos aquello de Habemus, pero con Papa en lugar de presidente.

 

Es la primera vez en 13 años que me atrevo a escribir de política, así que me falta habilidad en el tema y por eso no creo que me vaya a salir bien. Pero lo hago, me refiero a escribir este artículo que nadie me ha pedido, porque debo darme un respiro de mi trabajo. De los expedientes viejos de 1.500 páginas; de los ácaros; de las hojas en papel mantequilla que se deshacen como… mantequilla.

 

Nunca había escrito de política porque en Colombia puede costarte el trabajo. También porque, francamente, se me hace indeciblemente aburrido; quiero decir que no sufro de ningún apasionamiento respecto de un partido u otro, una facción u otra, una noticia falsa a una verdadera.

 

Hablando de apasionamientos, hace algunos años le criticaba a mi amigo de la universidad, Momo, su obsesión por el futbol.

 

—¡Es una pasión! —argumentó Momo.

 

—Dispararle a la esposa y al amante porque los encontró juntos en la cama, es una pasión también —le respondí.

 

El caso de la esposa y el amante es extremo, lo sé, pero me refería al atenuante de una condena en materia penal: Ira e intenso dolor, para explicarle a mi amigo que no todas las pasiones son buenas. Una obsesión causada por un exceso de pasión, puede llevar a que alguien normal haga algo monstruoso. Como un hincha de futbol dándose cuchilladas con alguien del equipo contrario. Todo en nombre de una pasión mal direccionada.

 

Si se le mira desde ese punto de vista, la política y el futbol guardan un gran parecido. Despiertan tanta pasión en la gente que, a pesar de no ser ellos mismos agentes materiales de aquello respecto de lo cual se vuelven locos, me refiero a que no se hacen pedazos en la cancha jugando un partido y definitivamente no están en una plaza pública dando un discurso, pierden la capacidad de razonar y destruyen el mundo, su mundo y el de alguien más, para acentuar un punto de vista. Mi punto de vista. Y si es mío, me pertenece a mí y, por ende, no es tuyo. Si no es tuyo, tú no tienes nada. Ergo, yo lo tengo todo.

 

Mi amigo Pope es fanático del futbol, pero no sabe jugar al futbol. No sabe correr. Se tropieza contra una hoja. Tampoco puede saltar muy alto. Pero le gusta tanto el futbol que paga hasta 20 dólares para ver partidos, cuyo resultado no le importa a nadie. Finlandia contra Túnez. Suiza contra Turquía. También le gusta apostar.

 

—¡Aposté 100 dólares contra Portugal a favor de Irlanda! —me dijo hace algún tiempo.

 

Le gusta llamarme para contarme los detalles de esta y de aquella jugada. Yo lo escucho con toda atención a pesar de que pienso en otra cosa totalmente diferente mientras me habla.

 

—Entonces Griffin disparó el balón contra el arco. Ahí fue cuando el mejor arquero de Turquía, hablo de Yilmaz, estiró los brazos como si fuera una estrella fugaz y…

 

En ese momento le cuelgo porque debo hacer algo. Debo ir al trabajo. Debo ir al baño. O debo prepararme un tinto. Debo hacer algo totalmente diferente a escuchar de futbol, porque no hay nada en el mundo que pueda importarme menos que el futbol.

 

Hace algunos años decía lo mismo de las elecciones. Un Presidente y otro significaba lo mismo para mí. Liberales o conservadores tenían tanto impacto en mi vida como que Yilmaz fuera el mejor arquero de Turquía. Fue de esa manera durante muchos años. Fue así hasta que dejó de serlo.

 

Hace 8 años veía a mi país como a un gran inconveniente para alcanzar mis ambiciones. Quería ser cantante. Quería ser guitarrista. Quería ser caricaturista. Y el peor de todos: quería ser escritor.

 

Quería hacer muchas cosas diferentes a interponer demandas y a que me las interpusieran a mí, porque se me pasaban los términos para alegar un recurso. Quería irme a un café el lunes en la mañana a tomar tinto todo el día y leer. O mirar a la pared. O escribir letanías acerca de alguien que necesita lo dejen en paz.

 

En el trabajo me pedían un informe y sentía el impulso de prenderle candela a la oficina. Fantaseaba con tirarle el tinto caliente en la cara a mi supervisor. Quería decirle al dueño de la empresa en donde yo era el jefe de cobranzas, todas las cosas horribles que esperaba le sucedieran por demandar a un pobre diablo para hacerlo pagar cien mil pesos.

 

En aquellos días descubrí a Herman Hesse con su libro Lobo estepario. El protagonista, Harry Heller, se debate entre su parte humana que debe lidiar con la sociedad, y su parte animal, el lobo estepario dentro de él, que quiere encender al mundo en llamas para obtener lo que quiere.

 

Es el lobo la parte egoísta, agresiva, la parte animal que toma del mundo lo que quiere sin dar nada a cambio. Por otro lado, el humano, es decir Harry Heller, sabe que, para tener una vida confortable y medianamente exitosa, debe seguir las reglas de todos los Harry Heller del mundo. Es allí en donde el Harry de Herman Hesse, el personaje, entra en conflicto y se retrae del mundo y piensa en cortarse el cuello todas las mañanas cuando se afeita frente al espejo del baño.

 

La dualidad de la naturaleza humana. Dios y el Diablo. Doctor Jekyll y Mr. Hyde. Los ejemplos sobran para demostrar que no somos una sola cosa. Yo no soy todas mis cochinas ambiciones, así como Yilmaz no es sólo el mejor arquero de Turquía. O un mal administrador de los recursos ajenos no es sólo un ladrón. O un corrupto. O una criatura todo lobo estepario y nada de Harry Heller.

 

En aquellos días, hablo de cuando era jefe de cobranzas de cierta empresa, quería ser únicamente la parte lobuna de Harry Heller. Colombia podía hundirse en el mar mientras el barco se consumía por las llamas de su propia corrupción, y yo reiría mientras nadaba hacia la orilla. Eso hacía yo: brincaba del barco en llamas y reía.

 

Reía en la orilla, porque yo era únicamente mis ambiciones y nada quería saber de lo que sucedía con nadie que no fuera Yo.

 

 

El día de hoy puedo decir que sigo siendo más lobo que Harry. Sin embargo, no siento el impulso de aventarle un tinto caliente a mi jefe en la cara y no resiento a Colombia por no haber conseguido lo que Herman Hesse obtuvo a mi edad. No le agradezco tampoco, porque hacer esto que hago ahora, es decir, escribir acerca de cosas que sólo quieren leer Diana y mi madre, no es algo que apoye demasiado mi país.

 

Antes resentía a Colombia por eso. Ya no. Es un hecho que en Colombia los niveles de lectura son tan bajos como lo será la capacidad del mejor arquero de Turquía, para resolver ecuaciones diferenciales. Debo aclarar que yo no sé dividir y mucho menos puedo resolver ecuaciones diferenciales. Sé leer y escribir y no sé jugar al futbol. Yilmaz puede atrapar un balón antes de que toque la red. A lo mejor sabe de matemáticas. Quizás puede cantar. El mejor arquero de Turquía puede tener tantos YO´s interiores como Harry Heller y su lobo estepario. Pero nunca lo sabré. Y el motivo por el cual nunca lo sabré, es porque sigo siendo más lobo que Harry Heller, y si me importan las elecciones presidenciales de mi país, se debe únicamente a que mi trabajo depende de ello.

 

El trabajo de todos ustedes también.

 

Hablo como si la contienda electoral continuara sin resolverse. Ya está resuelta: tenemos nuevo presidente.

 

No voy a decir quién es el nuevo presidente, me refiero a escribir su nombre, porque en mi país hablar al respecto puede costarle a uno el puesto. No digo que el nuevo presidente sea un tirano. Les juro que no me refiero a eso. El sistema es el tirano. La modalidad de contratación en las entidades públicas lo es. La subjetividad de la elegibilidad para los contratos de prestación de servicios lo es.

 

Esta parte de mi escrito es aburrida. Lo sé porque me aburrí tan sólo de escribirla. Es aburrida pero necesaria para demostrar lo mucho que me interesan ahora las elecciones. Además, no todo puede ser acción y bromas y ridiculizarme a mí mismo para sacar una sonrisa. No. Los artículos de opinión deben tener hechos cuantificables y cualificables. De lo contrario, cualquier influencer, YouTuber o tictocker, podría hacer esto que yo hago. De hecho, sí lo hacen. Y les va muchísimo mejor que a quienes conocimos un mundo sin redes sociales.

 

Una cosa no tiene que ver con la otra. El escritor colombiano Mario Mendoza es mayor que yo tan sólo 11 años y le va bastante bien. Buda Blues es muy entretenido, así como La importancia de saber morir bien. Satanás es un gran libro. Es tan gran libro que hubiera querido escribirlo yo. Pero no lo hice. Escribí esto que estoy a punto de terminar y tres novelas y un libro de cuentos. También escribo resoluciones administrativas y esas son las que pagan el arriendo y los servicios. Son bastante engorrosas y me salen con gran dificultad, pero al final las saco adelante, como todo lo que hago en mi profesión de abogado.

 

Hecho: ¿sabían que hay 20 abogados por cada 30 profesionales en Colombia?

 

Hecho: ¿sabían que, en este preciso momento, en Colombia, hay 3000 estudiantes de abogacía?

 

Hecho: ¿sabían que el 90% de los políticos en Colombia son abogados?

 

El nuevo presidente de Colombia es economista y el anterior era abogado. El anterior del anterior también lo era y estoy casi seguro de que Álvaro Uribe lo es. Digo casi seguro, porque no me constan ninguno de estos hechos que cuantifico y cualifico aquí. Podría verificarlos, claro, pero esta pastoral me está fluyendo y quisiera mantenerlo así, espontáneo y divertido, para que Diana y mi madre no se aburran al leerla y digan con toda sinceridad que llegaron hasta el final sin saltarse partes, cosa que yo hago, incluso con los autores que me gustan.

 

Hecho: ¿sabían que para el año 2021, Colombia, según el Transparency International-Infografía: AFP-Adaptación ETCE, ocupó el número 39 entre 88, en el ranking de los países más corruptos del mundo?

 

Hecho: ¿sabían que Colombia, según la revista Portafolio, edición de marzo 18 de 2022, cuenta con la sexta inflación anual más alta de América Latina?

 

Hecho: ¿sabías que una persona es capaz de encender al mundo en llamas para darle de comer a sus hijos hambrientos?

 

Hecho: ¿sabías que una persona conforme con su mundo es la excepción a la regla y cientos de miles temerosos por su futuro se convierten en legión?

 

 

“Un líder no debe tener rostro”. Es un hecho porque lo dijo William Ospina en su libro En busca de la Colombia perdida. También dijo que se debe endiosar menos a los dirigentes y más a los seres humanos. Eso es un hecho también. Necesitamos personas sobrias, sin ambiciones, salvo las de hacer un trabajo eficaz. No debería haber ningún reconocimiento en ello. Servir al público es un deber de quien asume tamaña responsabilidad. No es un camino para ganar victorias personales. No es una manera de magnificar el ego. Un buen presidente es un buen administrador. Tan poco interesante como la persona a quien le entregas un poder en la notaría para que lo autentique.

 

Sé que suena a un gran chiste. Este hecho y el anterior. Un chiste con iniciación, nudo, pero sin desenlace. En inglés se le llama “punch line”, a la conclusión del chiste. El problema en Colombia es que no hay “punch line”, porque no hay nadie que tenga deseos de reírse.

 

Afuera de la estación Ricaurte, en Bogotá, sí que hay gente atacada de risa, pero la mayoría de ellos están locos y anegados en miseria. Tal vez deberíamos terminar de enloquecernos para dejar de llorar en su lugar, como los evadidos de la estación Ricaurte. Caminar con un costal de basura al hombro, ausentes de toda realidad. O tal vez deberíamos entregarnos a las pasiones que nos dividen y hacen de nosotros carne de cañón para beneficio de unos pocos. Una y otra cosa está bien si lo hacemos con ojos bien abiertos, si estamos conscientes de que pelear entre nosotros no creará más que caos y destrucción sin ninguna finalidad. Ahora, que el fin mismo de la destrucción sea el caos en sí, me refiero no al renacimiento que viene de la muerte, de la destrucción, del Big Bang, está bien. Todo está bien si se hace con honestidad. Si se viste el alma en la cara. Si las intenciones son total y absolutamente transparentes. Si eres un monstruo y no pretendes ser alguien más. Un salvador. Un mesías.

 

 

Hoy es un gran día. Podría seguir escribiendo hasta que se me parta la mano. No todos los días puedo ser tan versátil. Debo dividirme entre las preocupaciones de la oficina, mi contrato que está a punto de terminar y el celular de un tipo a quien acaban de robar en este preciso momento. Es sorprendente la calma con la que tomamos algo que debería ser aterrador. No lo es. Es tan normal como ver a un anciano que apenas si puede sostenerse en pie vendiendo dulces en la calle. Pero ya sabes lo que dicen: “enséñale a un hombre a pescar y podrá alimentarse toda la vida”. Ahora, que si un hombre de 60 años debe arrastrarse para conseguir unas monedas y tomar un café ¡dáselas! No le hables de la dignidad del trabajo ni de la satisfacción del deber cumplido. Decirle a una persona hambrienta que debería ponerse a trabajar en lugar de darle monedas, es un delito. Las lecciones de vida le corresponden a cada uno aprenderlas por su cuenta. No enseñarlas. Colombia ha sido muy buena maestra en ese sentido, al menos en cuestión de miedo, porque da pavor montarse en el Transmilenio y sacar el celular. O la billetera. O un reloj de bolsillo.

 

Un reloj de bolsillo es algo absolutamente innecesario en esta época. Sin embargo, a mí me gustan. Son caros e incómodos, pero quiero uno. No para Bogotá. El bolsillo es lo primero que los ladrones buscan para robarte. Así que un reloj de bolsillo en esta ciudad no duraría un día.

 

Ya veremos, Diana y yo, si conseguimos brincar del barco en llamas, así sea para usar un reloj de bolsillo en otro país. Pero lo que es el nuevo presidente, no podrá brincar de ningún barco en cuatro años. Ya está hasta el cuello. ¿Sabrá de verdad en lo que se metió? La presidencia es un trabajo bastante ingrato, porque somos muchos a quienes debe contentar. Tiene sus ventajas, claro, como pasar a los libros de historia. También se puede ganar el Nobel de la paz si hace algo bien. O algo mal, dependiendo de la opinión de algunos. Como es la opinión de algunos negarle una moneda a un pobre diablo en la estación de Ricaurte, porque “podría dedicarse a trabajar en lugar de pedir limosna”.

 

Una cosa no tiene que ver con la otra excepto que debemos tener un poco de fe y compasión en el prójimo, ya sea mendigo o presidente, y abrazar el cambio. Podemos hacer algo sin esperar nada en retorno. Sin enseñar lecciones de vida. Podemos darle una moneda a un joven sin preguntarle por qué resultó afuera de la estación Ricaurte vistiendo andrajos y arrastrando los pies. También podemos esperar que el nuevo presidente sea más como Harry Heller y se confunda con el mástil del barco. Con el casco. Con el cuarto de motores. Con el ancla. Que no se diferencie de ninguno de nosotros salvo por su trabajo. Que haga parte del barco que zozobra para que se sienta impelido a mantenerlo a flote. Con todos nosotros a bordo.  Con él mismo a bordo.

 

Un buen administrador debe anularse a sí mismo para convertirse en una especie de Leviatán colectivo, compasivo, demasiado humano y cuyas intenciones se reflejen en beneficio de este enorme barco que se hace pedazos. Sin la violencia de la pasión. Sin ambiciones de gloria. Sin protocolos del siglo XIX. Un administrador cuya buena gestión se baste a sí misma, sea eficaz y llegue a todos los rincones del país.

 

Un presidente así es el que todos necesitamos. No un guerrero. No un libertador. No un nuevo mesías. Las revoluciones del siglo XX cobraron su cuota de sangre y de cambios sociales. El único cambio que necesitamos ahora es el de vivir tranquilos. Cada uno con su pedazo de tierra, viviendo en prosperidad y armonía sin ambicionar más de lo que tiene. Sin ambicionar lo que el otro tiene.

 

Digo todo esto a riesgo de sonar como un predicador sin las credenciales para timar a la gente. No es mi intención. Sólo soy alguien que está cansado de sentir miedo del futuro, que quiere salir a la calle a hacer su trabajo. A hacer su parte como un tonto idealista que se siente feliz con lo poco que tiene. “Vive y deja vivir”, dijo alguien. Ese alguien podría ser nuestro nuevo administrador. Porque Habemus presidente. Eso sí que es un hecho. Para bien o para mal.

 

De verdad quiero pensar que sin importar de donde venga, en dónde haya estado, lo que haya hecho o dejado de hacer, quiera hacer su trabajo tan bien, tan limpia y anónimamente, que su nombre aparezca como un simple pie de página en los libros de historia del país. Sin pasiones mal dirigidas. Con un YO interior tan enorme, que alcance para todos nosotros. Nosotros que debemos salir al mundo cada día a tratar de apagar el incendio de este barco en llamas que zozobra con nosotros dentro, a la vista de la orilla tan cercana pero tan lejos, que podemos olerla a pesar del humo y el fuego.

 
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