SENTIRES

Autor:    Julián Silva Puentes

Julián Silva Puentes


EL MUNDO HACE 80 AÑOS


 

En 2021 la revista Semana publicó una edición especial dedicada a los 80 años del ataque a Pearl Harbor. La primera parte de la edición se titula “Colombia Nazi”, y habla de la actitud de Colombia frente a los judíos durante la segunda guerra mundial. Según informa la revista, un personaje muy sonado en esa época fue el Ministro de Relaciones Exteriores Luis López de Mesa, quien en 1939 remitió una circular a los cónsules de Hamburgo, Berlín y Varsovia solicitándoles que pusieran todas las trabas humanamente posibles a la visación de nuevos pasaportes a elementos judíos. De igual forma, López de Mesa exigió que no entraran a territorio colombiano judíos rumanos, polacos, checos, búlgaros e italianos.

 

Han transcurrido 81 años desde entonces. Estamos en el mes de junio de 2022. La invasión de Rusia a Ucrania continúa. En Colombia el desempleo, la inestabilidad económica y laboral, así como la criminalidad, avanzan con ferocidad. En las calles la gente canta, vende cosas y cuenta historias tristes pidiendo a cambio una moneda. La mayor parte de estas personas son venezolanos que huyen todos los días de su país por la situación que todos conocemos. También se ven colombianos a quienes la suerte ha eludido y hacen cuanto pueden para no morir de hambre.

 

Unos y otros hacemos lo que podemos para no morir de hambre. Los más afortunados tenemos una profesión y un trabajo que nos permite vivir bastante bien. Los otros, aquellos que se encuentran en el otro lado de la calle, por decirlo de alguna manera, piden, roban y matan para salir de una situación imposible.

 

Hace 81 años el mundo estaba en guerra. En aquellos días los malos eran los alemanes, más específicamente el partido Nacional Socialista. Y los oprimidos, al menos en mayor parte, eran los judíos que vivían e Europa. Ahora, para quien haya leído o visto películas de esa temática, especialmente “La lista de Schindler” o “El pianista”, sabe que ser judío en esa época y lugar del mundo significaba una muerte segura.

 

El mundo ha cambiado desde entonces. A los judíos no se les encierra en campos de concentración para prodigarles los más atroces vejámenes. En ese sentido, el mundo tiene una visión diferente de sí mismo. Excepto por el hecho de que no la tiene.

 

 

La tecnología digital ha creado desde principios de los 2000 la idea de “Aldea global”. Con un sólo clic se puede saber lo que viven y sienten personas en el extremo opuesto del planeta. En youtube, si escribo en el buscador Vida en Somalia, me arroja “La hambruna en Somalia: la realidad sobre el terreno”, “Somalia: la sequía extrema pone al país al borde de la hambruna”, “El estado fallido de los piratas – Historia de Somalia en 17 minutos”, y así hasta llegar a más de 20 resultados en la primera página respecto de la situación en ese país. 

 

Nunca antes en la historia de la humanidad, habíamos estado tan cerca y, sin embargo, tan lejos. Podemos recorrer el mundo en 5 minutos sin salir de casa. La experiencia no será la misma, desde luego, pero el concepto de la distancia, al menos en nuestra mente, disminuyó de manera considerable.

 

Lo que no ha disminuido de manera considerable, ni siquiera en nuestra mente o en la idea que tenemos del mundo exterior, es la imposición de una cultura sobre la otra; de una nación sobre la otra, de una raza sobre la otra. La idea del valor, me refiero al valor monetario y del poderío como consecuencia de lo primero, imperante en las naciones más ricas, aldea global o no, permanece como la constante más antigua de la humanidad.

 

Nosotros los colombianos conocemos un poco acerca de la percepción de superioridad que determinada nación tiene sobre nosotros. El epíteto “sudaca”, hace referencia a los inmigrantes colombianos en España. En efecto, “sudaca” viene de sudamericano, y con ello se comprende a todos los habitantes del sur de América. Así mismo, en la década de los 90 y la primera de los 2000, los índices de criminalidad por parte de inmigrantes colombianos en España y el auge de los carteles de la droga, que nos dieron tan triste notoriedad a nivel mundial, hicieron de todo un país la idiosincrasia de la corrupción y la violencia universal.

 

Todo un país con su cultura y su historia quedó reducido a lo que Pablo Escobar y tantos otros como él hicieron. Ser colombiano (en cierta medida sigue siéndolo) era muy malo a la hora de pasar por inmigración en los aeropuertos y también para aplicar a cualquier visa. Ser colombiano significaba que, de alguna manera, tenías un nexo con el narcotráfico, o que eras un ladrón en potencia. Así sucedía en España y en Estados Unidos.

 

El mundo no es lo que era hace 81 años. Hace 81 años Europa era un barco en llamas y la gente hacía lo imposible por saltar al mar picado. El sueño americano en Estados Unidos estaba en auge y Asia y África eran gigantes misteriosos y desconocidos. El sur de América apenas si lo conocían. Australia en Oceanía era tan exótica y nueva que nadie se atrevía a imaginarla como un destino para emigrar y florecer. Unos y otros estábamos aislados del resto del mundo salvo por Estados Unidos y parte de Europa.

 

El día de hoy, 2022, mes de junio, quisiéramos emigrar lejos para salir de esta América del sur que parece va a tocar fondo dentro de muy poco. El problema radica en que una vez pensamos que estamos en el fondo, tan abajo que imaginamos no hay manera de seguir descendiendo, el mundo bajo nuestros pies se abre y caemos hasta un nuevo infierno que no creíamos podía existir.

 

En la Divina Comedia, Dante divide el infierno en 9 círculos separados uno de otros de manera descendiente. El séptimo círculo es el de la violencia y este se divide en tres giros: 1) Los violentos contra el prójimo. 2) Contra sí mismos. 3) Contra Dios.

 

Lejos de ser un experto en Dante, soy un observador acucioso de la humanidad. Cada día, al salir de casa, observo actos de violencia contra el prójimo, algún que otro homicida habrá entre ellos, tiranos encontramos en todos los países del mundo, a los violadores los agarran de vez en cuando según las noticias, y los bandidos abundan, especialmente en esta Colombia ardiente que enciende tan bajas pasiones en las selvas y costas cuya población es la más vulnerable.

 

Las cosas no marchan mejor en las grandes ciudades. En cierto sentido lo están, me refiero a que en Bogotá no nos encontramos indefensos del todo si nos comparamos con un campesino que vive en el monte. Lejos de la policía y del ejército. Y muy cerca de las BACRIM, las disidencias de las FARC, los paramilitares y criminales que no están organizados como las BACRIM. Criminales a secas.

 

En las grandes ciudades no estamos desamparados como en las selvas y las costas. Podemos encontrar a un policía que nos salve de un robo o de una muerte horrible. Eso es cierto. Sin embargo, cuando nos encontramos frente al peligro, no hay quién pueda ayudarnos. Un atraco pasa en cuestión de segundos. Para que no te echen escopolamina no debes estar en un túnel solitario en la noche. No. Con la escopolamina pueden desaparecerte del mundo en cosa de minutos y sin necesidad siquiera forzarte en una calle atestada de testigos en potencia.

 

¿Cómo puedes defenderte de la boca de un revólver que apunta a ese vasto mundo interior que escondes detrás de los ojos? Puedes insultar, correr o incluso presentar los puños para evitar que te quiten el celular o, lo que es peor, la vida. Puedes hacer muchas cosas en los 5 segundos que toma un atraco, pero al final de cuentas, que te maten o que te dejen vivir con el miedo a que vuelva a pasar, depende de la persona que desea con toda su alma hacerse de tus pertenencias. O de tu vida. O de lo que es peor: de tu miedo al mundo afuera de tu ventana.

 

 

Siempre he tenido miedo a viajar dentro de Colombia. Siendo adolescente, mi madre y yo vimos un programa acerca de Bariloche, en la Argentina. Entonces supe que debía viajar por el mundo para encontrarle sentido a la vida. Algunos años después, cuando por fin salí de Colombia, a cada lugar donde llegaba y decía de dónde venía, algunas personas, aquellas a quienes no les daba por hacer preguntas ignorantes e impregnadas de lugares comunes acerca de Pablo Escobar y los grupos armados, me preguntaban qué tanto conocía de mi propio país. “Nada”, eso les respondía. No conocía nada porque me daba miedo la guerrilla y los paramilitares, las BACRIM y el sinnúmero de horrores que abundan en las carreteras de mi país. De hecho, la segunda vez que viajé a la Costa tenía 31 años de edad. Antes de eso, pasaba de San Gil a Bucaramanga y a Bogotá. Nunca viajé de mochilero al Parque Tayrona, como algunos de mis amigos, porque me daba terror que alguien me secuestrara. O que alguien creyera que era informante de la guerrilla o de los paramilitares, o despertara del sueño que significa estar vivo por pisar un campo destinado al cultivo de coca.

 

¿No les pasa que empiezan hablando de una cosa y después de 10 minutos se les olvida qué estaban diciendo? Lo mismo sucede con un escrito innecesariamente largo como el  presente, en el que empiezo con la segunda guerra mundial y resulto hablando de la inseguridad de Colombia. Supongo que soy más cuentista que periodista y no encuentro gran diferencia entre un artículo de opinión, un ensayo y una novela. Todo tiene que ver con las clases de gramática y lenguaje que se me daban tan mal en el colegio. En todo caso aquí estamos: un escritor que se confunde cuando escribe y un país con una terrible historia de antisemitismo, al menos durante la segunda guerra mundial, y el demonio de la xenofobia que actúa cada vez con más saña en Colombia. También tenemos el problema de ser parias en algunos lugares del mundo debido a que los pecados de unos pocos los pagamos unos muchos. Una mínima cantidad de personas en Colombia son narcotraficantes o guerrilleros, y, sin embargo, es lo primero que nos preguntan en cuanto ponemos un pie en el extranjero. Por eso mismo me niego a decir de dónde vengo en cuanto viajo fuera de Colombia, a menos que alguien mencione a Gabriel García Márquez, en cuyo caso me vuelvo loco de emoción, y doy mis ignorantes, pero entusiastas apreciaciones acerca de 100 años de soledad.

 

Es gracioso, ¿cierto? Estamos buscando la manera de escapar de este barco en llamas que es Colombia, y al mismo tiempo nos sentimos orgullosos de ser colombianos, al menos cuando se menciona a García Márquez, Andrés Caicedo, Efraim Medina Reyes, Daniel Samper Pizano, Fernando Vallejo y José Eustasio Rivera. En realidad, es más contradictorio que gracioso, porque no tiene nada de chistoso ver la situación del propio país tan desesperada, de hecho, muchos de nosotros buscamos la manera de emigrar a otro continente, así sea a lavar baños con tal de ganar más y vivir sin el miedo a que te asesinen en la calle por un celular. Tal vez por eso mencioné al principio que 81 años atrás la gente en Europa hacía lo imposible por escapar hacia América, y ahora, casi un siglo después, nosotros somos quienes podríamos mentir y engañar con tal de cumplir con los interminables requisitos que se nos exigen a los colombianos para vivir en cualquier país de Europa, o si nos quedamos en América, Canadá es el destino más factible, o Estados Unidos.

 

Este último país es objeto de incursiones tipo “Paraíso Travel” (novela escrita por Jorge Franco, en la cual relata la macabra experiencia de un par de colombianos que entran a Estados Unidos ilegalmente desde México), y debido a ello México empezará a pedir visa a nosotros los colombianos. Visa como la que piden en Estados Unidos, Canadá, España, Portugal, Francia, Indonesia, Tailandia, Myanmar y la mayoría de los países del mundo.

 

Es difícil conciliar el sentimiento de rechazo que tantos países profesan hacia nosotros. Que nos pidan visa en todas partes, muestra la desconfianza que inspiramos en el mundo. De las Américas del Centro y Sur, en ningún lugar nos piden visa para ir de visita. Salvo, según se rumora, a México. Ya veremos si en unos meses la tierra de Juan Rulfo, Frida Kahlo, Diego Rivera, los tacos, el grupo Molotov y la residencia permanente de García Márquez los últimos 53 años de su vida, nos pondrá semejante limitante para visitar la Riviera Maya. O para ir al gran mercado del D.F. a escuchar mariachis y beber tequila. Ya veremos infinidad de cosas en un futuro no muy lejano en donde se nos cerrarán más puertas, porque el desespero por salir a buscar un futuro mejor, hace de unos pocos un verdadero peligro para el mundo.

 

No conozco la situación de todo el mundo excepto por lo poco que veo en las noticias, pero por lo menos en Colombia, que es el país en donde vivo, puedo decir que la gente desesperada abunda en las calles, en los campos, en las costas, en las selvas. A cualquier lugar hacia donde mire, se puede ver a familias pidiendo comida y ancianos vistiendo andrajos que arrastran los pies para cubrirse de la lluvia. También se ven grupos de jóvenes a quienes no les importa apuñalar a alguien para robarle la billetera. La situación es tan desesperada que incluso en las porterías de los edificios se exhiben avisos de alerta por la proliferación de robos con escopolamina.

 

Las calles se sienten inseguras porque en realidad lo están. La inseguridad de si despertarás en un hospital sin saber cómo llegaste allí, porque tres días atrás te rociaron con escopolamina y contaste con la fortuna de sobrevivir a una sobredosis sin resultar idiota o loco.

 

Hay tantas maneras de que te pierdas camino al trabajo, que no sabes en dónde meterte o quién pueda salvarte. Contamos con la paranoia como única defensa ante los innumerables peligros de la calle y ni siquiera así te salvas de lo que puedan hacerte. ¿Qué hacer entonces? ¿Huir del barco en llamas que es Colombia? ¿Buscar un país en donde no te asesinen por robarte el celular? ¿No más escopolamina? ¿Estabilidad laboral? ¿20 dólares la hora 10 horas al día? No es tan mala idea si se mira de esa forma, porque, al fin y al cabo, cualquier lugar con trabajo digno y estable es un paraíso. Un paraíso cuyo opuesto es el infierno de la incertidumbre laboral, económica y de si volverás a casa con los 5 sentidos intactos después de hacer tu trabajo lo mejor que puedas; lo más honesto que puedas; mirando siempre hacia el futuro con una sonrisa en los labios, porque la desesperanza y la incertidumbre, hacen de cualquier pobre diablo un peligro en potencia.

 

Quizás el barco se encuentre en llamas en todo el mundo como hace 81 años y no estamos a salvo en ninguna parte. Quizás debamos cerrar la puerta de nuestro hogar con nosotros dentro y asegurarla con remaches y poltronas para que nadie pueda entrar. Quizás debamos vivir con miedo porque la guerra de Ucrania y Rusia podría extenderse a todo el mundo como sucedió 81 años atrás. Son demasiadas variables en una ecuación que nadie puede resolver. Yo mismo me declaro incapaz de vislumbrar una solución y por eso me quejo tanto. Me quejo porque vivir una vida productiva sin hacerle daño a nadie, metiéndote en tus propios asuntos, no es tan difícil. La ambición desmedida de unos pocos que quieren tenerlo todo del resto de nosotros, es a lo mejor parte del problema. La ausencia de hermandad también lo es.

 

“No existe el odio, únicamente la ausencia de amistad”. No recuerdo quién lo dijo, pero leí esta frase hace 15 años y la llevo conmigo desde entonces. Quisiera preguntarle al autor (a lo mejor sigue con vida) si encontró un lugar en el mundo lleno de amigos, no competidores, que se tienden la mano cuando las circunstancias de la vida apremian. Por mi parte, y a pesar de mi inclinación de ver del mundo y las personas lo peor que pueden dar de sí, me atreveré a ungirme con el optimismo del alucinado que cree ver amigos en todas partes.

 

No sé qué pensaré mañana cuando salga a la calle con 4 millones de personas que te insultan y empujan para ganarte un taxi. Sólo sé que debemos empezar por algún lugar y ese lugar debe ser de adentro para afuera. Adentro de nosotros mismos, la perspectiva que tenemos del mundo y nuestra actitud frente a los fracasos de la vida. No hay otra manera. Que en Europa la gente siga invadiendo países y en Colombia el crimen organizado queme buses en las carreteras, secuestre y mate y le llame a todo ello “paro armado”, escapa de nuestro control. Siempre habrá un Putin que se crea Napoleón y un millar de monstruos que piensen que son Pablo Escobar. Unos y otros hacen lo que sienten que deben hacer, así destruyan al mundo en el proceso.

 

Propongo que hagamos lo que debemos hacer sin lastimar a nadie. Marchemos por “esta selva oscura” sin sentir que nos desviamos del camino recto, tal y como dijo Dante, porque a diferencia de la Divina Comedia, no siento que estemos dirigiéndonos al infierno, y si ya nos encontramos allí, todo lo que debemos hacer es cambiar nuestro mundo interior y ver todo con nuevos ojos; con mejores ojos. Sé que es más difícil de lo que suena, pero como dije antes: no tenemos alternativa. Así que salgamos de casa con la confianza de no ser unos completos malparidos, y hagamos todo lo que dependa de nosotros para que este mundo sea un poco mejor. De todas las decisiones que tomemos cada día, decidamos ser la mejor versión de nosotros mismos. Seamos más cordiales, más amables. Seamos personas decentes, tal y como nos enseñaron nuestras abuelas.

 

El mundo afuera de nuestra ventana podrá parecer un poco a como era hace 81 años, pero podemos hacer desde la insignificancia de nuestras acciones, que el nuestro, el mundo interior que definitivamente afecta a la gente que nos rodea, sea mucho mejor. Eso sí depende de cada uno. Así como depende de mí dejar de darle largas a este escrito y que los dos o tres que llegaron hasta acá, salgan y hagan algo de provecho con el resto de su día.

 
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