No me queda nada,
sino absorber,
llena de mentiras,
lo que resta frente a mis ojos,
e ir muriendo;
todo lo que pesa,
de eso que acaba mirándome como jinete sin dueño.
De repente,
salta y cae.
Hemos logrado sobrevivir y, también,
hemos perdido.
El sol no brilla a veces,
brincamos el corredor,
envueltos en su laberinto.
Silenciamos el espejo vivo que conduce a mirarnos
en otro tiempo.
Despacio,
viene un tiburón y tira nuestra carne,
permanece sin locura, sello, ni nombre,
entonces grita tu noche.