SENTIRES

Autor:    Julián Silva Puentes

Julián Silva Puentes


EL CÁNDIDO OPTIMISMO DE VOLTAIRE


 

Leí en alguna parte que Voltaire escribió Cándido o el optimismo, en una semana. De hecho, cuando se lee este pequeño librito del Titán de la época de la ilustración, se percibe la espontaneidad y gozo que debió sentir al trabajarlo, y por eso imagina uno que lo escribió de una sentada. Ahora, que sea divertido de leer o no, es cosa de los gustos cada uno. Lo que sí depende de cada uno, es creer que, en efecto, el optimismo forzado es una manera de negación, aún peor que la desesperación del pesimismo, porque el pesimista no ve las cosas tal y como son, sino peor de lo que son. En ese sentido, el pesimista no es mejor que el optimista, pero al menos tiene la piel más dura cuando las cosas, una y otra vez, sin descanso, salen mal.

Para que nadie te pague por escribir, se necesita una piel muy dura. No se le dice “fracasado” sino “trabajo en progreso”, al pobre diablo que sigue escalando la montaña con una piedra amarrada al cuello esperando alcanzar la cima algún día.

Ahora, que nadie me pague por escribir durante horas, semanas, meses y años, es una especie de optimismo bastante tonto del que no he podido desembarazarme. En ese sentido, soy tan optimista como la gente a la que critico o como el mismo protagonista del libro de Voltaire, Cándido, quien, con su optimismo a prueba de infortunios, trata de convencer al resto de personajes e incluso a sí mismo, de que “todo va bien en el mejor de los mundos posibles”.

Hablando de los mejores mundos posibles, definitivamente en el nuestro no todo va bien, porque basta salir a la calle para ver que en efecto, muy pocas cosas, o casi nada, está bien. En las grandes ciudades puede ser más evidente que en los pueblos, pero eso no quiere decir que porque no lo veamos, no esté allí.

En este momento estoy en la cocina de mi casa tomando un café y hablando del peligro del falso optimismo. Afuera está lloviendo y eso me gusta cuando no debo subirme a un Transmilenio abarrotado hasta las ventanas. Que llueva y yo pueda estar en la comodidad de mi casa, mientras que el mundo afuera de mi ventana se insulta, empuja y amenaza para entrar primero al bus, es algo que no me gusta de vivir aquí. Me gusta que gano bien, porque en Bogotá se paga mejor que en las provincias. Eso sí, se sale muy temprano en la mañana y se llega hasta bien entrada la noche, porque las distancias son definitivamente un problema. También la gente en el Transmilenio lo es. Te insultan si pasas delante de ellos en la fila y te pueden lanzar contra la ventana para quitarte el puesto. Eso sin mencionar a los ladrones. Ya van dos veces en que me sacan el atomizador del alcohol del bolsillo lateral de mi chaqueta. No creo que el ladrón estuviera buscando un botín tan pobre, porque usualmente van por el celular y la billetera, pero conmigo no han dado con nada que tenga gran valor.

Hablando del valor de las cosas, me pregunto qué valor tendría Voltaire si viviera en el siglo XXI. Muy seguramente, Cándido o el optimismo habría sido otra cosa diferente a una novela corta acerca de alguien a quien le pasan muchas cosas malas, pero que sigue viendo la vida con optimismo. Cándido o el optimismo, sería el día de hoy un canal de youtube en donde una actriz desempleada de 40 años se filma comprando productos de belleza para hablar como si los hubiera inventado. Daría consejos financieros y grabaría a sus hijos pequeños haciendo cabriolas para que la gente vea lo plena que es su vida. Diría cosas como “Eres una guerrera de luz” o, “No dejes que nadie robe tu esencia”. Grabaría historias de 60 segundos con su esposo en un bote en el Sena, o sentada en un elefante a las afueras de Bangkok sin dejar de sonreír a pesar de lo mal que huelen los elefantes, y de lo mal que está encadenar a un animal para sacarse fotos.

El “Cándido” de Voltaire sería una nueva clase de criatura conocida como tiktoker, a quien la gente paga muchísimo dinero para que hable en público de su vida privada y se filme caminando, comiendo, durmiendo y dando piruetas como hacen los monos en el templo de Ubud para que les tires comida.

La cantidad de cosas que se pueden hacer en las redes sociales con un celular, son infinitas, así como el dinero para quienes saben lo que le gusta ver y escuchar a la gente: acerca de todo. Cuando digo “acerca de todo”, me refiero a que la gente disfruta viendo y escuchando cualquier cosa con tal de olvidarse de sí misma. La gente disfruta viendo a un hombre hablando consigo mismo, pero cambiando de ropa entre tomas para que parezca que está conversando con otra persona que luce igual a él, sólo que con diferente ropa; también disfruta viendo a una mujer con tatuajes en la cara que se maquilla mientras habla de su vida sexual. Sin ninguna finalidad, sin ningún objeto, sin ningún sentido, tanto el tipo que se cambia de ropa como la mujer de los tatuajes, se graban haciendo cosas que 20 años atrás habrían sido tildadas de ridículas.

Hablando de cosas ridículas, en mis últimos escritos cuento cosas de mi vida personal a la manera de los influencer. Cuento más o menos qué hago en mi trabajo, el largo trayecto que debo recorrer entre mi casa y la oficina y lo que hacía para ganarme el sustento cuando vivía fuera de Colombia. Hablo de situaciones en las que no salgo bien librado y me pongo en vergüenza por mi incapacidad para lidiar con la parte práctica de la vida. Hablo de todo esto, porque no encuentro de qué otra cosa escribir salvo de mi propia vida y la comedia humana que comprende el fracaso. Más o menos como hace un influencer.

 

Si tuviera 20 años menos y pudiera escoger cómo ganarme la vida, me convertiría en un influencer. Empezaría rompiendo los cristales de las estaciones de Transmilenio, o ayudaría a mi madre a fugarse de la cárcel, porque según decía Andy Warhol no hay mala publicidad y, definitivamente, en Colombia, entre más actúes como un criminal, como la gente que en realidad hizo aquello de los cristales y ayudar a la mamá a fugarse de la cárcel, mayor es la recompensa. Sí, señor, si tuviera 20 años menos olvidaría esta tontería de la literatura para concentrar mis energías en filmarme jugando en el computador para que los adolescentes me miren pasar niveles en Minecraft, gamer, es como los llaman, y pueda hacerme 10.000 dólares en una sola sentada.

Pero la verdad de todo esto es que no tengo 20 años menos y las cosas no pueden ser distintas a como son. Por eso, tal y como dice Pangloss en Cándido, “Las piernas se han creado para ser calzadas, y por eso llevamos calzones”. Algo así como “Si hiciste tu cama, acuéstate en ella”. De manera que el abogado se debe ganar la vida hablando de leyes y el escritor escribe aun cuando quisiera hacer algo que le diera más dinero. O algún dinero en el caso de los escritos que nadie me paga por escribir.

Céline decía que alguien a quien le gusta contar historias que nadie le ha pedido no tiene vergüenza. Tampoco la tiene quien se queja por todo el dinero que no le pagan por escribir. A un influencer de éxito, le pagan por mencionar determinado producto mientras se amarra los zapatos en su cuenta de tiktok. También puede retarse a masticar ladrillos frente a la cámara o asegurar que es tan buena en la cama que su actual novio abandonó a su expareja por ese motivo. Puede hacer ese y otro sinfín de sinsentidos, y aun así le pagarán mucho dinero. Es increíble, de verdad que lo es, pero totalmente cierto y no por ello vergonzoso en la medida en la que un tipo escribe historias que nadie le ha pedido. Y que se queja porque nadie le paga montones de dinero por ello.

Louis Ferdinand Céline era francés al igual que Voltaire, pero Céline, a diferencia de Voltaire, padecía de un negativismo crónico que no se preocupaba en disimular. Una de las frases de Céline de su novela Viaje al fin de la noche, es: “Todos somos vírgenes en el placer, así como en el terror”. También “Cuando a los grandes del mundo les dé por quererlos, es porque quieren convertirlos en carne de cañón”. Es tan negativo que se vuelve gracioso. No sé si tenga sentido ser tan malo que se puede convertir en bueno, pero si leyeran el libro de Céline, sabrían de qué estoy hablando. En todo caso, Viaje al fin de la noche, puede leerse como una comedia negra que exalta la mezquindad y estupidez humana. Todo mundo es imbécil y malvado según Céline, y justamente por eso nadie puede sorprender al protagonista del libro, que resulta siendo el mismo Céline.

Por otro lado, el personaje de Cándido en el libro de Voltaire, es tan ingenuo que pasa por imbécil, y tal vez es debido a ello que experimenta infinidad de penalidades. Sin embargo, el estilo cómico del libro me hace pensar que Voltaire no estaba siendo más que irónico hasta el punto en que “Nada malo puede suceder en el mejor de los mundos”, es todo lo contrario a lo que el protagonista del libro predica.

Tal vez se deba en parte a que Voltaire vivió una existencia entre grandes fracasos y muchos éxitos, que casi 300 años después de su publicación, su obra sigue siendo motivo de discusión para un pelagatos como yo a quien le encanta hablarle al viento, porque únicamente 3 o 4 pobres diablos leen mis escritos. Y, sin embargo, al igual que se puede adivinar el gusto que le dio a Voltaire escribir su pequeña novela, también yo disfruto muchísimo escribiendo. Tanto me gusta, que de vez en cuando me paro frente al espejo del baño y escribo mirando de reojo a mi reflejo para imaginar que un público me escucha con gran devoción. Reconozco que es un tanto triste y definitivamente patético, pero soñar que soy escuchado por miles de personas, me ayuda a mantener un optimismo moderadamente elevado cuando el mundo allá afuera de mi ventana, hace todo lo posible para que pierda la fe en esto que estoy haciendo justamente ahora, es decir, contar historias que nadie me ha pedido, y dar mi opinión respecto de un libro de tres siglos de antigüedad y de su autor a quien se le conoce muy poco en comparación con los influencer, tiktokers y youtubers y todos esos jóvenes con chequeras abultadas a quienes les basta con encender sus celulares para ganarse la vida con holgura y opulencia.

 

Ciertamente, Diana y yo no vivimos con holgura y opulencia, pero vivimos bastante bien. Los dos trabajamos como abogados en el distrito y ganamos lo suficiente para vivir en un bonito apartamento en una buena zona de la ciudad. Digo todo esto porque de verdad me gusta mi vida; al menos a mis 41 años de edad, me gusta lo que estoy viviendo en este día, hora y lugar del mundo. Sin embargo, según un amigo de toda la vida, me he vuelto resentido con el paso de los años. En una llamada de domingo en la mañana, después de leer uno de mis escritos, mi amigo me dijo:

—Usted es tan ácido que no dan ganas de llamarlo.

—Creí que estaba siendo chistoso —le respondí sorprendido.

—No necesito tanto negativismo en mi vida —contestó.

Mi amigo es de las personas que dicen “uno debe rodearse de gente que le sume”. También asegura que declarar en voz alta las cosas que uno quiere de la vida, hace que de verdad sucedan. No sé qué tan cierto sea todo ello. Sólo sé que si uno quiere vivir en un muy buen lugar, debe cruzar la ciudad en un recorrido de 2 horas de distancia en cada trayecto para tener plata en la cuenta. También debe, si quiere ganarse algún día el Nobel de literatura, escribir día y noche así nadie lo lea hasta que llegue el momento en que todo el mundo lo haga.

A lo mejor, si no me quejara tanto, pasaría de 3 o 4 pobres diablos que me leen a 2000. Podría hacerme 10.000 dólares en una sentada explayándome en el poder de las buenas intenciones, y tendría mi propio canal de youtube para hablar de todas las cosas que me gusta escribir en lugar de sentarme a escribirlas. A lo mejor, si usara estos espacios que me presta la editorial ZENU para escribir acerca de cosas más positivas, atraería más público y mis libros se venderían mucho mejor.

Son muchos “a lo mejor”, y ciertamente hay una manera más fácil de hacer las cosas. Y más práctica. Y más exitosa. Y definitivamente, yo no la estoy haciendo. Es decir que, “si mi tía tuviera guevas, sería mi tío”. Una de mis grandes amigas me dijo esta frase hace muchos años para ilustrar que las cosas no son de otra manera porque así es la vida. Ello no quiere decir que sea imposible cambiar las circunstancias adversas, y más si se trata de un procedimiento cuyos resultados no son los deseados.

En este orden de ideas (hago uso de este conector para concluir las engorrosas resoluciones administrativas que debo hacer en mi trabajo), me permitiré terminar este escrito de por sí muy largo, con el sulfato magnánimo del optimismo, para dejar a Diana y al gato de la casa y a todos ustedes pobres diablos, con un sentimiento de esperanza que los ayude a lidiar con los sinsabores de su día. Así que aquí va. Un poco de optimismo de parte de mi buen y difunto desde hace tres siglos amigo Voltaire: “Esto es lo perfecto —dijo Pangloss consolando a la multitud después de sobrevivir al terremoto de Lisboa—, porque si hay un volcán en Lisboa, no podría estar en otro sitio; porque es imposible que las cosas estén en un lugar diferente al que están; y porque todo está bien”.

 
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