SENTIRES

Autor:    Enrique Arroyo Villegas

Enrique Arroyo Villegas


PAPELES DE MALLORCA - SOLEDADES


 

Lo que más me impresiona de esta ciudad quieta, cerrada por la pandemia, es su silencio. No creí que lo llegaría a ver nunca, y digo ver, como el que puede ver el silencio, porque todo se vuelve irreal; las callejuelas del antiguo barrio árabe, las plazas con algunos parroquianos sentados cerca del suelo custodiando un pequeño bar que sirve trago o café por un ventanuco.

 

En esta oscuridad, en la ausencia de la luz habitual de los balcones y ventanas abiertas, del ruido de una música estridente, de voces, puedo percibir el puntito de luz de cigarrillos de los que están fumando casi escondidos como delincuentes. Y por encima de sus cabezas las luces amarillentas de unas bombillas improvisadas en los farolillos de metal y vidrio, esos que en su día albergaron lámparas de aceite; porque esto fue una ciudad pequeña sin farolas de gas como en las grandes urbes.

 

He caminado esta noche por la ciudad apagada, sintiendo la necesidad de abrirme a espacios más libres, junto al mar, para llegar a La Lonja antigua de piedras de marés carcomidas por el salitre y el aire. El ángel de los comerciantes, el que preside la puerta principal, estaba allí, frío como la noche. Pobre ángel de piedra, no tuvo la suerte de acompañar a las sirenas pletóricas de bustos y carmesí, de cabellera rubia al viento, salpicadas por la sabia de los siete mares, honradas por náufragos y ahogados, poderosas, desafiantes como prostitutas de posada marinera. Las luces que iluminan los pies de La Lonja acarician solo las piedras donde los canes hacen sus malas artes, y el ángel de alas pegadas al mundo se queda en la oscuridad.

 

Soledad del silencio en una ciudad digna de un buen fotógrafo; ese que nunca existirá para plasmar el silencio de una ciudad cerrada, ajena a toda mirada, donde probablemente invisibles caminan viejos mercaderes árabes, judíos conversos, monjes inquisitoriales y caballeros piratas, que agitan sus almas —esas que no llegaron a ninguna parte— entre callejuelas o paradas en sus antiguos portales; se reencuentran en la ausencia de las gentes de a pie, los vivos, que se encierran por miedo a la muerte.

 
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