SENTIRES

Autor:    Julián Silva Puentes

Julián Silva Puentes


"PERFECT DAY"


 

Me tomó 9 años escribir una novela y ahora no tengo nada de qué hablar. Qué me pasa camino al trabajo, lo que leí la semana pasada, que a Diana y mí intentaron robarnos mientras regalábamos pan a los indigentes en la calle, son de las cosas que usualmente escribo. En ese sentido, ponerme en vergüenza se ha convertido en una especie de arquetipo de mí mismo. La imagen del perdedor cuyo optimismo le impide claudicar, es algo con lo que me siento identificado y por ello me plasmo de esa manera en estas pequeñas piezas de tres páginas que la revista Cronopio y la Editorial Zenu publica de vez en cuando por mi propia insistencia.

 

“¡Juan, le tengo el mejor escrito de la década!”, le digo al editor de Cronopio en cuanto le pongo fin a un artículo. “Henry —le hablo al dueño y editor de la editorial Zenú con quien hemos publicado dos de mis libros— creo que con esto sí nos ganamos el Pulitzer”.

 

Ellos dos, tanto Henry como Juan, comparten mi optimismo respecto de los Pulitzer y los mejores escritos de la década, porque todavía creen que unas cuantas palabras pueden cambiar al mundo. Al igual que yo, esperan conseguir algún día aquella historia que pueda rescatarnos a todos de los trayectos de una hora y media en Transmilenio y de tener que pasar el 24 de diciembre entregando informes de actividades, porque de lo contrario no te pagan.

 

Es algo que vale la pena esperar todas las mañanas. Algo que te hace pensar que sin importar las circunstancias, todo aquello con lo que soñaste podrá cumplirse siempre y cuando sigas creyendo que en efecto, todo puede suceder.

 

 

Hoy hace sol y la panorámica de los edificios mucho más al norte de donde me encuentro, me recuerdan  a Melbourne en verano cuando la gente salía a la calle en camiseta y shorts camino a la playa. Hacía mucho calor, pero la música de los bares en el malecón y las luces de las farolas alumbrando el lecho del río Yarra en el ocaso del día, te daban a pensar en lo afortunado que eras de encontrarte en ese preciso momento y lugar del mundo.

 

En este preciso momento y lugar del mundo me encuentro muy lejos de Melbourne, pero no puedo dejar de sentirme como si estuviera allí. Tal vez se debe a que estamos empezando año y desde hace dos semanas el sol brilla en Bogotá. Hace tanto sol que no dan ganas de trabajar, sino de beber en la playa desde la diez de la mañana y después ir al cine y luego a casa.

 

“Just a perfect day —canta Lou Reed—. Drink sangria in the park. And then later, when it gets dark we go home”.

 

Recuerdo esa canción ahora que voy camino al trabajo, porque me hace pensar en todo aquello que me angustia temprano en las mañanas, lo cual es usual en mi línea de trabajo.

 

“Just a perfect day. You made me forget myself. I thought I was someone else, someone Good”.

 

Cualquier cosa con tal de evadirse de los problemas del día, ¿cierto? El inevitable y aterrador futuro, aunque semejante cosa jamás llegue, porque el futuro no existe.

 

“Just a perfect day. Feed animals in the zoo. Then later a movie too and then home”.

 

Parece que Lou Reed no me quiere dejar en paz esta mañana. Seguro se debe a que me siento melancólico y tal vez se deba también a que estoy agotado porque trabajamos todo el tiempo, incluyendo fines de semana, y jamás tenemos vacaciones. Tal vez se deba a que siento que estoy a punto de entender algo importante, algo que me puede cambiar la vida, pero justo antes de alcanzar esa luz del conocimiento, se me escapa y quedo peor que antes, porque una cosa es vivir feliz e ignorante de absolutamente todo y no saber que se está perdiendo de algo esencial, y otra es no saber que no se sabe nada y estar conforme con las cosas tal y como son. Ser un tonto que no sabe que lo es, es mejor que no ser tonto del todo y saber que hay muchas cosas allá afuera en el mundo que jamás comprenderás.

 

Hoy es uno de esos días cuando impera la sensación de estar a punto de entender algo fundamental. También es uno de esos días cuando recordamos a las personas que se nos fueron. A todos ellos los recuerdo con tristeza, porque la muerte es un asunto muy triste para mí. Sin embargo, no lo es para Diana. Para Diana la muerte es tan natural como respirar o comer. También lo es el hecho de estar feliz o triste por la razón que sea. Ser y no ser es tan natural para Diana como vivir o morir, porque todo lo que sucede en esta vida corresponde al mismo principio del Tao: así como es arriba, así es abajo.

 

El Tao es todo y no es nada así no tenga la más mínima idea de lo que ello signifique. El Tao lo es todo y por ende, yo debo ser el Tao. Si yo soy el Tao, yo debo ser Dios. Eso lo sé, pero debo cuidarme de decirlo en voz alta, porque hace algunos años me volví loco y empecé a decirles a mis amigos y a la gente del trabajo que en efecto, yo era Dios.

 

Decir que alguien es Dios no tiene ninguna incidencia en el mundo a menos que seas un líder político o el Papa. Cuando no eres ninguna de esas dos cosas porque eres simplemente tú mismo, es decir, un oficinista sin mayores pretensiones salvo las de contarle a la gente acerca de tu nuevo descubrimiento, pasas de ser un excéntrico a un payaso y eso no es tan malo después de todo. En todo caso, en aquellos días, después de repetir una y otra vez lo mismo, ¡Soy Dios!, la gente empezó a molestarse conmigo. Yo no lo comprendía, en verdad no entendía qué era tan molesto para ellos cuando me sentía tan bien diciéndolo en voz alta, ¡Soy Dios! De hecho, quería que todo el mundo se sintiera feliz como yo y por eso lo repetía hasta el hartazgo.

 

“¡Yo soy Dios!”. Aun el día de hoy recuerdo lo que bien que me sentía diciéndolo. En realidad no tenía ningún propósito el hecho de saber que yo era Dios, porque mis circunstancias seguían siendo las mismas y definitivamente no tenía el poder de cambiar las de alguien más. Seguía siendo YO mismo, pero me sentía feliz con mi individualidad y con el hecho de no ser una persona diferente.

 

Ahora que lo pienso, debía verme bastante tonto repitiendo semejante sinsentido. Una persona de 29 años de edad diciéndole a la gente que es Dios, pasa de lo excéntrico a lo imbécil en un minuto. No obstante, la gente es buena la mayoría de las veces, porque no quiere herir tus sentimientos dejándote con la palabra en la boca dándote la espalda en medio de tu discurso acerca de saber en realidad quién eres. La gente es buena la mayoría de las veces, sí, pero se aburre de escuchar siempre lo mismo y pasa de ser amable a llamarte bufón en la cara; entonces te dices a ti mismo que ellos no entienden porque se encuentran en un plano espiritual más bajo que el tuyo y los miras con lástima y después condescendencia es lo que sientes y un día simplemente dejas de sentir que eres Dios. Entonces lo pierdes. El sentimiento se va y todo vuelve a ser igual, pero mucho, mucho peor porque sabes que existe otra manera de ver las cosas y, sin embargo, el sentimiento que lo hace todo posible desaparece y vuelves a ser tú mismo y tus amigos dejan de tratarte como a un tonto, porque dices y haces lo que todos ellos esperan. Todos ellos que también deben ser Dios, pero por alguna razón que todavía ignoro, se niegan a comprenderlo.

 

 

 

“Just a perfect day. Problems are left alone. Weekenders on our own. It´s such fun”.

 

Hoy es uno de esos días cuando se siente la piel más delgada y todo te afecta más de lo normal. Pero ¿qué es normal y qué no lo es? No es normal sentir que el frío te pone triste y lo mismo el calor. No es normal que los edificios te recuerden a Melbourne en un dejo de melancolía y aun así no puedes dejar de mirarlos y de pensar en el verano y en el río Yarra. ¿Será que Lou Reed tiene la culpa? Su Perfect day tiene el poder de ponerme muy triste o muy feliz dependiendo de cómo me haya despertado en la mañana. Ojalá tuviera el poder de sentir como quisiera sentirme cualquier día presionando un botón. Por eso es tan importante la música que pongo en cuanto me levanto, porque depende del espíritu de la tonada la forma en que me sienta el resto del día. El Perfect day de Lou Reed no puedo escucharla camino al trabajo porque entonces querré disfrutar de este día soleado con Diana bebiendo sangría en el parque y después yendo al cine en cuando anochezca. Ahora que lo pienso, quizás sea eso lo que deba hacer en este momento en lugar de seguir camino a la oficina. ¡Eso es! Me bajaré en la siguiente estación y la sorprenderé, sorprenderé a Diana regresando a casa para tomarnos la tarde. Sé que no es algo inteligente de mi parte ahora que empecé el año y debo ganarme este nuevo contrato, pero deberían ver a los edificios irguiéndose hasta casi tocar las nubes como sucedía en Melbourne y deberían sentir la emoción que yo siento sabiendo que olvidaré, al menos por hoy, las molestas obligaciones por las cuales dejamos de vivir como se supone debemos hacerlo. ¡Pues no hoy! Hoy llegaré de sorpresa a casa y le diré a Diana que olvide todo lo que está haciendo porque, a falta de playa, almorzaremos en nuestro restaurante favorito e iremos al cine después y cuando anochezca, con la cabeza llena de fantasías de celuloide y la barriga satisfecha, regresaremos a casa. Después de todo, que sea un día perfecto o no, depende de nosotros y del sol que está brillando en todo lo alto del cielo como no he visto en Bogotá desde hace tantísimo, pero tantísimo tiempo. Un día perfecto que era como lo llamaba Lou Reed. Un día perfecto que será este preciso momento y si tenemos suerte, lo será mañana y el día después de ese y el que le sigue. Un día perfecto, así semejante cosa jamás exista.

 
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