SENTIRES

Autor:    Julián Silva Puentes

Julián Silva Puentes


MIEDO


Hoy desperté con miedo del mundo allá afuera de mi ventana. Sentí miedo de los carros que pasan tan rápido que podrían atropellarte y de la gente que puede erradicarte de la vida para hacerse de tu billetera en el Transmilenio. Pero en especial, muy por encima de todas las cosas, sentí miedo por mi falta de interés en todo aquello que vuelve tan loca a la gente de este mundo.

 

Estos escritos que hago son como un “querido diario” para que los pelagatos que me leen no se sientan solos y piensen que el mundo no es un lugar tan malo después de todo, que incluso unos pobres diablos como ellos pueden ganarse la lotería mañana y renunciar a su trabajo en el call center. O renunciar a la oficina de abogado que está a punto de darles tanto dinero.

 

Quisiera decir que en realidad no siento miedo de nada y que soy yo mismo todos esos pobres diablos de quienes hablo. Sería más fácil categorizarme en lo que tengo y en lo que no tengo y en todas las cosas bellas que desearía tener. Pero no es así. No soy todos ellos. No quiero ser millonario, no sueño con manejar un carro fastuoso o vivir en una casa de tres pisos con rejas altas para que nadie pueda entrar y yo no pueda salir. No quiero ser mi amigo abogado que está a punto de tener tanto éxito. Tampoco quiero ser ninguna de esas personas que dejan la piel hecha jirones por tener muchas cosas que le hablen al mundo de su triunfo en comparación con quienes no tienen nada. Siento temor, sí, pero no por todo lo que no tengo sino por mi falta de interés en aquello que mueve a las personas. A las personas que no son yo.

 

Hace algunos años, cuando no sabía qué hacer con mi vida, decidí marcharme de Colombia para no tener que lidiar con el mundo, mi mundo, al cual no quería pertenecer. Así que me fui muy lejos y viví grandes cosas que aun hoy sigo recordando y atesoro como si hubieran sucedido ayer. Estando allá lejos, pensé en trabajar en un barco y darle la vuelta al mundo a la manera de Jack London. Pensé en hacer un máster en periodismo y convertirme en corresponsal de guerra como Hemingway. Pensé en vivir en París y pasar necesidades para escribir al respecto como George Orwell y Henry Miller. Pensé en hacer muchas cosas como tantas otras personas que no eran yo, porque lograron ganarse la vida renunciando a un estilo de vida que no les convenía. Los admiraba por eso y por eso quería ser como ellos.

 

Tengo un primo que admira la brutalidad de personajes históricos cuyos nombres seguimos repitiendo años después de su muerte. Debo aclarar que a mi primo no le llama la atención las acciones macabras de Iván el Terrible, Mussolini o Hitler, sino la voluntad irresoluta de sus aspiraciones. Personas como Hitler que pasaron del anonimato y la indigencia hasta poseer gran parte de Europa y África, es un motivo de asombro para él porque mi primo, en el fondo, lo que anhela es la admiración de seres cuya ambición los llevó a tener tanto poder que no supieron qué hacer con él. A mi primo, lo que en realidad le importa, es el poder de influenciar la vida de los demás según su visión del mundo. En este punto nos parecemos todos. Al menos en cierto sentido.

 

Mi admiración por los escritores cuyas vidas se fueron al garete porque lo abandonaron todo para descubrir ese mismo mundo del cual querían liberarse, es mi gran ambición. Admiro en ellos el poder de abandonarlo todo para vivir la vida fuera de lo que todos llaman vida. Admiro el poder de no tener poder sobre nadie y que nadie tenga poder sobre mí. Tal vez el poder de describir el mundo que no comprendo y que otros lean y se sientan identificados es mi única ambición de poder. 

 Queridos pobres diablos que me leen, tengo una confesión qué hacerles: me creo mejor que la mayoría de las personas que no son yo mismo. Yo mismo siente que es lo más grande que ha producido este mundo. Yo mismo, es decir, quien escribe estas líneas, siente que intelectual y espiritualmente se encuentra en un plano más elevado que todos ustedes, ergo, siento poder sobre todas las personas que son diferentes a mí. Aquellos que acumulan una gran cantidad de distractores para olvidarse del verdadero motivo de su existencia, son para mí como los perros que persiguen carros en la carretera sin saber por qué ni para qué de su persecución. Una carrera furiosa a ninguna parte es lo que los lleva a ser tan malos con todo aquel que no son ellos mismos. Ahora bien, aquellos que no consiguen lo que imaginan quieren de esta vida, también pueden volverse muy malos. Malos consigo mismos y también malos con las personas que dejaron la piel hecha jirones para alcanzar un estatus más elevado que la mayoría, porque sienten que de alguna manera ese mundo, la idea del mundo como una esfera de acciones y reacciones benignas para unos y malignas para otros, los robó de su posibilidad de triunfar. Yo estoy en la última categoría y también estoy en las otras dos porque siento que soy mejor persona que la mayoría y, sin embargo, no tengo una décima parte de lo que siempre soñé.

 

Reconozco que padezco de un enorme complejo de superioridad que batalla constantemente contra el de inseguridad que ronda sin cesar mis intenciones y cada posible decisión que haya tomado en mi vida. Soy un pobretón que admira el ascetismo e inteligencia de Alan Watts y al mismo tiempo envidia a Sarmiento Angulo por su enorme fortuna. Admiro a Sarmiento Angulo y al mismo tiempo lo desprecio porque mis pies podrían calzar unas botas mucho más cómodas que las que llevo en este momento.

 

Semejante contradicción me convierte en un extranjero de mis propias circunstancias en el país en donde sea que me encuentre. En todo caso, en el fondo no me importa lo que pueda hacer Sarmiento Angulo con su vida y de seguro a él no le importa lo que este pelagatos tenga para decir respecto de él. En ese sentido también yo soy como un perro que persigue a los carros en la carretera sin saber a quién le está ladrando.

 

Ladrar como un perro furioso a los carros que pasan es propio de quienes tienen tanta energía que no saben qué hacer con ella. Energía para hacer cosas buenas y cosas malas. La pregunta que surge de todo esto es ¿qué es malo para unos y bueno para otros? Seguramente, para Sarmiento Angulo, el verdadero conocimiento de lo que es bueno o malo para su vida, debe ser tan incongruente como vivir en un país en donde tantos tienen tan poco y muchos, que son la gran minoría, tienen tanto. Sin embargo, yo que me precio de ser mejor que todos ustedes, envidio a los Sarmientos Angulo del mundo porque tienen mucho y yo no tengo nada y envidio también la resolución que imagino tienen las personas como ellos en todas las acciones de su vida.

 

Sarmiento Angulo, ¿qué estás pensando en este momento? La pregunta es retórica porque no hay nadie conmigo y de seguro no tengo acceso a Sarmiento Angulo como para preguntarle cualquier cosa. En todo caso, soy libre de responder a mi propia pregunta sin que nadie diga nada al respecto, porque esa es una de las ventajas de ser un desconocido en el mundo de las letras. Bien podría preguntarle a Joe Biden qué está haciendo en este preciso momento y tendría el mismo efecto: nada. Una enorme y absoluta nada. Pero es en la nada en donde me puedo mover como un don nadie, porque nadie, a menos que sea Diana y los tres pobres diablos que me leen, saben quién soy. Ni siquiera yo estoy seguro de saber quién soy, excepto por lo que hago y digo todos los días de mi vida.

 

Soy abogado y trabajo muy lejos de mi casa en la ciudad de Bogotá. Tengo 41 años y no tengo nada a mi nombre que pueda cuantificar. En el sentido jurídico de la palabra existo porque mi cédula y pasaporte lo dicen. Pero ¿puedo decir que existo si no sé quién soy? Una u otra cosa no evita que mis acciones tengan consecuencias en el mundo. Si tomara un carro y atropellara a alguien, tanto mi nombre como mi cuerpo se irían a la cárcel. Pero, aun así, ¿puedo saber quién soy si no sé en realidad quién soy?

 

En realidad, no lo sé. Lo único que puedo saber con certeza es que se trata de la primera vez en mi vida que siento está bien no saber muchas cosas. No saber que no se sabe nada está bien siempre y cuando se tenga la curiosidad suficiente de preguntarse una u otra cosa acerca de sí mismo. En todo caso, estoy seguro de que esto no tiene sentido para nadie salvo para mí. Tal vez Sarmiento Angulo podría entenderme porque una persona con tanto poder debe tener un YO interior tan inmenso que bien podría ser en su propio país. El país Sarmiento Angulo con sus departamentos y provincias y una capital para que el presidente Sarmiento Angulo gobierne según le parezca mejor, sin miedo de lo que pueda suceder afuera de su ventana, en el Transmilenio o donde sea que lo puedan erradicar a uno de la vida sin haber comprendido qué estamos haciendo todos aquí.

 

Bien. Eso es todo por ahora. Llevo tres horas haciendo como que trabajo y mi jefe está sospechando, así que debo dejarlos partida de pelagatos que me leen. Les deseo que no se vayan al mismísimo infierno y que encuentren lo que sea estén buscando en esta vida. Les deseo que se conviertan en Sarmiento Angulo si eso es lo que anhelan, o que les prendan candela a sus oficinas y se vayan a explorar el mundo. Una u otra cosa está bien si es lo que realmente quieren hacer con su vida. Yo sí que les puedo decir con toda certeza que no sé qué quiero hacer de mi vida salvo esto que estoy haciendo ahora. Regresar a casa en las noches con Diana esperándome siempre sonriente y nuestro gato amenazando con sacarnos los ojos, es el paraíso para mí. Puede que no tenga nada que se pueda cuantificar, pero sí millones de kilómetros en materia de mundo interior que me dan el coraje suficiente para encarar todo aquello que no puedo cambiar de mi propia vida sin el miedo de lo que pueda suceder afuera de mi ventana. 

 
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