SENTIRES

Autor:    Enrique Arroyo Villegas

Enrique Arroyo Villegas


PAPELES DE MALLORCA - LA EDAD DE ORO


 

Cuando la dama americana se presentaba en un vernissage de la Galería Pelaires, lo hacía vestida con una gabardina a lo Bogart y lentes oscuros, y todos sabían que era la amante de Manolo Momo, porque Palma es muy chiquita y todo se sabe.

 

Ella apenas hablaba español, tan solo el que había aprendido en Ibiza, y solía confundir las manzanas —término que se utiliza en España para identificar a las cuadras americanas— con peras o cualquier otra fruta.

 

En las exposiciones de Tàpies o Calder siempre había alguien que se le acercaba para conversar; esos conocidos, entendidos del arte, que aprendieron cuatro nombres del mundo artístico internacional. Ella los miraba, aparentemente, siguiendo una conversación que no entendía a través de sus lentes negros, y al final, cuando en la retórica aparecía una supuesta pregunta, exclamaba un sonoro: “C’est la vie”, como el que corrobora toda una fraseología de Boudelier o Nietche, a los que, por cierto, amaba.

 

Fue la edad de oro de la ciudad, un corto periodo repleto de gentes de Hollywood, millonarios de la vieja escuela, y gentes más o menos divertidas; que como le sucedió a la Ibiza post hippy, murió de éxito.

 

El hormigón avanzó, así como las termitas; los nuevos ricos mataron oliveras milenarias y pinos ancestrales, para plantar palmeras, y los más pobres, esos de la rebelión de las masas de Ortega y Gasset, irrumpieron en la ciudad como emigrantes en la frontera de USA, en busca de una vida mejor, trayendo consigo la incultura y la necedad de esa España profunda aclimatada a la dictadura de un militar patético de ideas equivocadas.

 

Y en un espacio pequeño, como era la ciudad de Palma, los nuevos invadieron sitios, antes destinados a una elite glamurosa.

 

A quién le interesaba Lorca o Alberti, para no hablar de Goytisolo o Gil de Biedma.

 

Esa era la España que nos dejó por herencia el ganador de las batallas, el hombre que acabó con una República y nos dejó una monarquía obsoleta de Borbones siniestros.

 

La dama americana huyó de Palma, para instalarse en un Buenos Aires cosmopolita, y aprendió lunfardo, y leyó Borges, mientras caminaba por la selva misionera.

 

 
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