La mirada codiciosa de su madre la hace sudar.
Ella, anonadada, triste, escucha la conversación entre sus padres y su jefe.
Su hermano les sirve un trago.
Disfrutan.
Es la tarde, huele a tierra mojada. La brisa trae consigo susurros de la calle.
La joven, flechada, tras el vidrio de la ventana, observa grandes molinos de viento.
Ella rueda, dejándose llevar sigilosamente. Sonríe.
—Hija, podrías servir la comida.
—Por supuesto, madre, es un placer.
La noche llegó.
De postre, una manzana.
Ahora duerme profundamente.