Mi compañera soñó esta noche con el fantasma de los amigos que ya regresaron al Universo convertidos en luz o en cualquier cosa. Ahí estaban personajes que ustedes no conocen, pero que en su día fueron el alma de la ciudad. Todos muertos prematuramente o prematuramente muertos, depende de cómo se vea.
Los soñó en un bar, hoy cerrado a cal y canto por la pandemia, divertidos, bebiendo sus copas, que como ellos no tienen nada que perder hacen de su capa un sayo y alegran la vida o el sueño de la feliz dama que imagina.
Si me preguntaran qué significado tiene el sueño, lejos de los recovecos freudianos, diría que para ella entre la vida y la muerte hay solo una delicada línea supuratoria, y que si los fantasmas ríen hoy del mundo de los vivos su razón tendrán. Porque honestamente no se puede ir por la vida separándose un metro o dos del prójimo, no se puede caminar feliz con el miedo a la muerte.
Y es que esta pandemia nos ha traído esquemas difíciles de llevar, a pesar de la publicidad del mundo de los tontos. No puede haber terror en las caras del prójimo cuando alguien estornuda. Antaño, en otras pandemias las buenas ánimas se acordaban de Dios y decían tan solo “Jesús”, invocándolo. Hoy la gente pasa a la acera contraria, o nos mira con cara de haber visto a la Parca. Y lo que no sabe el vulgo es que a la Parca no se la ve llegar, ni tan siquiera salir con nuestra alma dejándonos tan solo un despojo inservible para la mayoría.
Así que soñar con los fantasmas muertos de la risa, festejando en un bar clausurado por sanidad, no es nota de mal augurio, es más bien un soplo de esperanza en este ridículo mundo que hoy nos ha tocado vivir detrás de una pantalla protectora, para seguir respirando.
Dedicado a la dama del sueño, Estela.