SENTIRES

Autor:    Cristian Buelvas Fabra

Cristian Buelvas Fabra


SOLDADO


 

Una, dos, tres, cientos de flechas caen a mi alrededor, caen mis compañeros. Atraviesan sin piedad las flechas, no hay armaduras, somos soldados.

 

Las hojas secas del bosque se tiñen de sangre. Dolor, llanto, ira, fuerza. No cesa el terror, flechas y flechas, siguen cayendo, suenan sus filosas puntas rompiendo todo, rompiéndonos.

 

El enemigo cada vez se escucha más cerca.

 

—Aguanta, hermano, aguanta.

 

Me refugio tras un árbol. Gritos furiosos.

 

—Me voy.

 

—Nos vamos —dice Anastasio.

 

—Nos vamos, amigo.

 

—¡Corre! —grita Anastasio.

 

Y cae, llora, una flecha en su cuello.

 

—¡Hermano, tranquilo, vas a estar bien!

 

—Corre.

 

—No te voy a dejar.

 

Trato de levantarlo y me aparta fuerte con su brazo.

 

—Corre, hermano.

 

No respira. Su mirada a los cielos.

 

Duele, duele, siento el vacío.

 

Corro, salto, caigo, corro, corro.

 

Crujen las ramas secas.

 

La brisa está helada. A lo lejos los veo caminar exhaustos. Todos estamos exhaustos. Estoy vivo.

 

Cierro los ojos, siento el campo.

 

¿Por qué tenía que quedarme? ¿Por qué tenía que morir? No quiero morir así.

 

Me duele todo.

 

Nunca quise ser soldado, es la guerra, ¿quién puede elegir? La guerra que quita la libertad, todo. Pero viene a ti, y está tu familia, y la tienes que proteger, ¿quién puede elegir?

 

Luchar, matar, por tu familia, el futuro, es mejor pensarlo así.

 

Se acerca una gran caballería.

 

Se me baja todo.

 

Sus banderas… son nuestros aliados.

 

Pasan raudos.

 

¿Y si alguien me vio correr? Igual estábamos perdidos. Igual iba a morir.

 

No me lo van a perdonar. Me van a decapitar. No puedo volver. No puedo volver a casa. Si me vieron me matan, y acaban con mi familia. ¡Maldición, no puedo, no puedo más!

 

Han pasado tres meses. La cerveza me sabe amarga sentado en este banco de roble. Estar en esta taberna de mala muerte, a miles de leguas de mi pueblo y de mi familia, es horrible.

 

Un día regresaré. Ojalá sea pronto. Quiero verte, mi amada, y mis hijos. 

 

Debo conseguir oro y plata, y llevarlos a donde pueda brindarles un espléndido futuro.

 

Algo he reunido, pero dedo conseguir mucho más. Debo asesinar a muchos más, debo acabar con cada maleante de estos pueblos; sus habitantes están muy agradecidos conmigo.

 

Pocos hombres tienen una espada en este lugar y no saben usarla como yo, así que el negocio es solo mío.

 

—Soldado —me dice un hombre que está a mi espalda.

 

Coloca una mano en mi hombro derecho. Me doy la vuelta y descubro que es el carnicero, que como siempre está cubierto de sangre.

 

—Anoche me robaron algunos cerdos.

 

—¿Cuántos?

 

—Cuatro.

 

El carnicero me muestra el pago.

 

—Hecho.

 
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