SENTIRES

Autor:    Julián Silva Puentes

Julián Silva Puentes


UN CALL CENTER, EL GATO DE LA CASA Y MI TÍA


 

Si no tuviera la edad que tengo ahora, llevaría un diario a la manera de Querido diario, en donde consignaría las cosas que me dan vergüenza decir en voz alta, pero que igual siento la imperiosa necesidad de decirlas. De decirlas en voz alta.

 

“Querido diario —hubiera escrito hace un par de semanas—, no tengo suficiente dinero para pagar mi cuenta de teléfono y temo que deberé buscar trabajo en un call center por cuarta vez desde que regresé de Australia”.

 

Hoy no vivo el mayor fracaso de mi vida. Tampoco vivo el mayor éxito de mi vida. Me encuentro en un punto que no me atrevería a detallar en voz alta a menos que estuviera borracho. A menos que estuviera borracho o que llevara un diario y escribiera al principio de cada entrada:

 

“Querido diario, el mordisco que me dio el gato de la casa en la mano se me infectó y ahora debo ir al médico”.

 

Diana dice que los gatos nunca terminan de domesticarse así lleven años viviendo en una casa de familia. Nuestro gato lleva con nosotros 6 meses y puedo decir con toda certeza que nos quiere asesinar. Afortunadamente para nosotros, no es lo suficientemente grande como para degollarnos mientras dormimos; no obstante, abrir los ojos en la noche y ver al gato mirándote fijamente a la cara en actitud de lanzarse en cualquier momento, no es nada agradable. De hecho, dormir se ha convertido en un reto, porque si lo dejamos fuera del cuarto en las noches, maúlla y rasguña la puerta hasta el punto en que se hace imposible dormir.

 

Entonces lo dejamos entrar. Entonces nos mira fijamente toda la noche hasta que nos da miedo dormir. Entonces se nos lanza a la cara cuando por fin logramos dormirnos.

 

Escribir acerca del gato de la casa es un tanto patético y no debería hacerlo. Pero ahora que tengo 40 años de edad, he perdido la vergüenza de muchas cosas. Así que:

 

“Querido diario, el martes pasado murió mi tía y me encuentro indescriptiblemente triste”.

 

Escribir algo más después de eso era imposible en el momento y lo es un poco ahora. Ahora que mi tía murió el martes pasado.

 

Ha sido un principio de año muy extraño. También lo fue el final del año pasado porque es un momento muy difícil para todos. La gente se enferma en las calles y los hospitales no dan abasto. Los tíos y tías ya pasan de los 70 años, porque a los 40 años de edad todas las personas que cuidaron de ti cuando eras niño deberán irse algún día. Algún día que será más pronto que tarde.

 

Mi madre casi tiene 70 años, pero no los tiene todavía. Eso me da un par de años más antes de que empiece a pensar en el largo adiós de todas las personas de mi vida. Una vida que es tan frágil como lo ha sido conciliar el sueño en la noche.

 

“Querido diario, llevo 5 días sin dormir”, escribiría el día de hoy y desde hace dos semanas que es el tiempo que lleva el gato de la casa de volverse loco.

 

El año pasado creí padecer apnea del sueño, porque despertaba en las noches con la impresión de que me estaba ahogando. Al día siguiente estaba tan cansado que apenas si podía mantenerme despierto durante el día para hacer las cosas que todos debemos hacer. En el día que es cuando debemos trabajar para procurarnos el techo y la comida.

 

“Querido diario, a veces siento que la vida es una sucesión de fotogramas en donde no se ve el principio ni el final”, hubiera escrito en este preciso instante.

 

El final. Sabemos que nos iremos eventualmente, pero lo que no sabemos es cómo ni cuándo. Es una idea liberadora si se le mira desde el punto de vista espiritual. Yo no lo veo así en este preciso momento, mi tía murió la semana pasada y yo no me siento nada liberado.

 

El día de hoy siento como si sintiera demasiado. Sentir demasiado es mejor que no sentir nada en absoluto. Cuando no se siente nada en absoluto, es como si se estuviera muerto del todo.

 

No sentir nada cuando se ha muerto es un supuesto tan fantástico como el misterio de la santísima trinidad. Suponer algo que no se puede comprobar es un lujo que sólo las criaturas con el don de la imaginación podemos darnos. Yo imagino a Jesús comiendo manzanas en la orilla de un río riéndose de los chistes  de Pedro el zelote. Y lo hago porque prefiero imaginar las cosas de una manera menos terrible a como en realidad fueron.

 

“Un judío entra a un bar y el barman le dice…”, diría Pedro el zelote a Jesús en un claro en el bosque junto a un río que no pasa por el mismo lugar dos veces.

 

Imaginar a alguien que ha muerto de una manera espantosa haciendo algo diferente a morirse, es algo más liberador que el hecho de imaginarnos sintiendo nada al morir. Jesús se fue de este mundo de la peor manera posible. Fue tan macabra la manera en la que murió, que aún hoy, casi 2000 años después de su muerte seguimos hablando al respecto. Yo no lo imagino así. Lo imagino de una manera totalmente diferente al del silencio de la muerte. Lo imagino riendo y comiendo manzanas junto a un río.

 

“Querido diario —le hubiera escrito hace un par de años al diario que no escribo ahora—, debí haber ahorrado cuando tuve el mejor trabajo de mi vida para haberme largado a esa colonia hippie en la India de la que tanto escuché hablar”.

 

Hace algunos años, cuando tuve el mejor trabajo de mi vida, ganaba lo suficiente como para haber hecho lo que me daba la gana. Pero una naturaleza demasiado laxa y la falta previsión en el futuro, son una mezcla peligrosa para alguien que no ve más allá de lo que le ocupa en el momento: ¡el grandísimo ahora!, lo llamaba yo, y puedo decir que vivía y moría por ese momento en el cual me daba cuenta de que estaba experimentando algo increíble. Puedo decir también que sentía demasiado, pero no como siento ahora que me encuentro tan triste. Sentía demasiado en el sentido de sentirme feliz de estar vivo y de experimentar la vida tal y como esperaba debía ser vivida.

 

“Querido diario, los hijueputas del call center me acaban de informar que mi perfil no se ajusta a su misión de vender cosméticos”, hubiera escrito hace un par de horas.

 

No había caído tan bajo desde la última vez en que trabajé en un call center cuando las cosas estuvieron realmente mal unos años atrás. Hubiera escrito también en el diario que no llevo, que me encuentro a la espera del mejor trabajo de la vida, pero a la vida le toma tiempo darte lo que tú quieres y si cometes el grave error de perder la paciencia porque las cosas no salen como tú esperas, empiezas a sentir cosas muy feas que prefieres ahogar con un par de tequilas dobles para dejar de pensar en aquello que te está volviendo loco.

 

En este momento siento como si me estuviera volviendo loco porque no he dormido en 5 días. El gato de la casa me mira mientras escribo y quisiera saber en qué está pensando.

 

“¿En qué piensas, gatico?”, le pregunto al gato de la casa.

 

El gato me mira a los ojos y después me da la espalda. No sé si en el lenguaje gatuno dar la espalda significa lo mismo que para nosotros los humanos. Sólo sé que el gato de la casa comparte actitudes bastante parecidas a las de una persona. A las de una persona que es una malparida.

 

“Querido diario hoy es viernes porque los viernes suelo escribir mis columnas de opinión”, le diría al diario que no escribo justo en este momento.

 

Ahora, ¿se les puede llamar columnas de opinión cuando se escribe al principio de cada párrafo Querido diario? No sé si se pueda o no, pero a los 40 años de edad me daría vergüenza llevar una libreta con uno de esos candados diminutos con su llavecita para mantener mi privacidad. Además no soy una chica de 15 años con sueños y aspiraciones. Soy un escritor de 40 años con sueños y aspiraciones que a veces parecen tan difíciles de alcanzar.

 

“Su perfil no se ajusta a lo que buscamos en uno de nuestros agentes de call center bilingüe”, me dijo la gente del call center hace unos minutos.

 

Hace mucho no sentía un rechazo a la manera de la adolescencia, cuando te acercabas a una chica en una fiesta al ritmo de la música para invitarla a bailar y ella decía que no.

 

Trabajar en un call center definitivamente no es una fiesta. Sin embargo, en los call centers reciben a subhumanos de todo tipo que sepan hablar una segunda lengua. Lo sé porque yo he sido una de esas criaturas que trabajan toda la noche contestando el teléfono.

 

“Thank you for calling Macy´s and Bloomingdadale’s collections department”, solía decir en aquella época oscura.

 

“¡Fuck off!”, me respondían la mayoría de las veces, porque collections department es algo así como departamento de cobranza, y a nadie le gusta que le cobren lo que debe, en especial si se trata de un campesino del sur de los Estados Unidos a quien le parece que alguien de mi lugar del mundo no merece cobrar en nombre de una cadena de almacenes habituada a esclavizar a gente estúpida con la técnica del compre ahora, pague después.

 

Ahora que lo pienso, debí haberle dicho a la gente del call center: ¡fuck off!, al segundo de escucharlos decir que mi perfil no se ajusta a venderle cosméticos a mujeres hartas de ver la misma expresión derrotada en el espejo.

 

Tal vez no les gustó que les dijera que estaba esperando una oferta de trabajo del tipo que te cambia la vida para siempre. Tal vez ese fue un error muy estúpido de mi parte porque en verdad necesito ocuparme en algo ahora hasta que resulte aquello del trabajo que llevo esperando desde hace tanto tiempo y desde este preciso instante en el que pienso de qué otra cosa podría escribir, porque en realidad me siento tan ansioso que bien podría acabarme la botella de tequila que tengo enfrente y no me dejaría aturdido ni atrofiado de todo aquello que no quiero sentir, pero que sin embargo siento mucho.

 

La verdad de todo esto que digo es que siento haber sido rechazado por un call center, pero también hubiera sentido trabajar una vez más en uno. También siento la muerte de mi tía porque en realidad he sentido demasiadas cosas muy feas desde que ella murió.

 

 …

 

La verdad de todo esto que he dicho no es lo que dije antes sino esto que voy a decir ahora: no se trata un diario, así haya escrito Querido diario en casi cada párrafo. Llamarle a todo Querido diario es una manera de ausentarme del espíritu del escrito, algo así como decirle ¡fuck off! al mundo sin decírselo de frente. No le dije “¡váyanse a la mierda!", a la gente del call center porque de igual forma necesito buscar en qué ocuparme hasta que salga un trabajo que me cambie la vida, la mía y la de Diana y la del gato también.

 

Quisiera saber qué está pasando en la cabeza del gato en este preciso instante. ¿Sabrá que estoy sintiendo demasiado y que quisiera gritar en este momento? Bien podría pensarlo porque se me acaba de acercar sin la intención de rasguñarme. Debe saber que el día de hoy es uno de esos días en los que quisiera quedarme en la cama sin saber nada del mundo. Del mundo al que quisiera decirle ¡fuck off!, sin decírselo de frente.

 

El día de hoy quisiera decirle al diario que no estoy llevando, que todos necesitamos una victoria de vez en cuando así sea la de dormir una noche de largo porque el gato de la casa encontró algo qué hacer diferente a no dejarnos dormir.

 

Trabajar en un call center cuando buscas trabajo en un call center, puede levantarte un poco el ánimo también, además de permitirte pagar el arriendo. No es la mejor victoria del mundo porque en realidad se trata de un trabajo espantoso, pero debes hacer lo que debes hacer cuando haga falta, y este principio de año hemos debido lidiar con situaciones que hubiéramos preferido ignorar. La muerte de mi tía es una de ellas. Esperar por un trabajo que cambie el curso de mi vida, es otra.

 

 

—Diana —le pregunto a Diana ahora que la veo pasar por mi lado—, ¿qué te parece el título Querido diario, para mi nueva columna?

 

—Suena como a muy quinceañera, ¿cierto?

 

—Hablo del gato, del call center y de la tía —le respondo.

 

—¿Estás seguro de querer hablar de algo tan personal como de la tía? —pregunta, y entonces decido titular este escrito Un call center, el gato de la casa y mi tía.

 

Si fuera otra persona diferente a la que soy el día de hoy, pensaría en un título más adecuado y a lo mejor escribiría de algo menos deprimente. Si fuera otra persona el día de hoy, escribiría acerca de la película danesa que vimos con Diana anoche titulada Drunk, sobre unos maestros de escuela, quienes aburridos de la cotidianeidad de su vida, deciden beber 0.5 grados de alcohol todos los días para redescubrir el gozo de la vida que parecieron olvidar después de haber cumplido los 30.

 

Podría hacer justo eso, me refiero a emborracharme como los maestros de escuela, para dejar de sentir como me siento el día de hoy. Podría beber lo suficiente para alcanzar 0.5 grados de alcohol y sentirme diferente a como me he sentido todos estos días. Pero decido no hacerlo porque a veces debemos sentir para saber que estamos vivos y no muertos del todo, o muertos en vida que es a lo mejor peor que todo lo demás.

 

Así que no me tomaré la botella de tequila que tengo enfrente, pero tampoco dejaré de sentir como me siento ahora. Sentir significa experimentar este sueño nuestro que significa estar vivo y definitivamente me encuentro vivo el día de hoy. Tal vez más vivo de lo que he estado en mucho tiempo.

 

Me pregunto cómo me sentiré el día de mañana cuando salga el sol. A lo mejor sentiré otras cosas bastantes agradables y hasta puede que me sienta mejor de lo que he sentido en mucho tiempo. Mañana podrían llamarme para decirme que tengo el mejor trabajo de la vida. Bien podría no pasar, pero decido pensar lo contrario porque el sol saldrá en la mañana y brillará como nunca antes alguien ha visto brillar algo en su vida. De verdad espero que así lo sea. Lo espero con cada onza de mi optimista y confundidamente estúpida humanidad.

 
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