SENTIRES

Autor:    Enrique Arroyo Villegas

Enrique Arroyo Villegas


RÉQUIEM POR LAS ISLAS


Sentado en una mecedora, entre los verdes y azules de Costa Rica, llora, llora lágrimas sencillas, saladas como el mar de los siete colores que vivió.

 

Sabe lo que es un huracán, le tocó vivir la cola de uno en San Andrés; estaba con Cristóbal Posada, en su casa.

 

El viento se llevó la playa, y las puertas crujían como si todos los monstruos marinos, esos de los antiguos dibujos, se hubieran congregado allí.

 

Piensa en sus amigos, los de las partidas de dominó cerca de Mama Lu, con sus casitas de cartón piedra construidas con los retazos de embalajes que los libaneses les hacían pagar.

 

Piensa en Chita, su amigo, de pocos amigos y ninguna casa.

 

—¿Quieres un café? —le pregunta su compañera.

 

—Gracias.

 

“Si al menos el mar hubiese acogido sus casitas pintadas de colores, como balsas bíblicas”, piensa.

 

—Me duele, son como náufragos permanentes, sin África, sin Caribe.

 

—Duele —dice ella, tomándolo de la mano.

 

—Llegarán víveres del continente, para hacer arepas a los pañas.

 

Caen las primeras gotas de un aguacero que se siente venir.

 

—Recuerdo esos cocoteros, y sus cocos, y el rondón y el ron.

 

Abren una botella de ron.

 

—¡Salud por las islas! —brinda ella.

 

—¡Salud!

 

Llueve y llueve.

 

—Los cangrejos, mis amigos de la noche, no saldrán por varios días de sus madrigueras, y las playas se habrán llenado de restos de naufragios antiguos, de ataúdes de plomo de piratas, de juguetes perdidos.

 

Se sirven otro trago.

 

—No habrá reporte de muertos, ni heridos, nunca han contado —dice con voz entrecortada—. Que sus oraciones bautistas y anglicanas sean escuchadas.

 

—Así sea.

 

—Lo borró todo… Pero nada podrá borrar sus canciones, sus sueños, sus islas.

 

Cierra los ojos. Siente la alegría de los isleños, su música, sus aromas, sus sabores, San Andrés, Providencia, Santa Catalina.

 
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