La joven se sentía desesperada, esperaba a su amado en la estación del tren sentada en una banca.
La última carta recibida daba cuenta del escape in fraganti que ambos planearon hacer.
Al sentir que se acercaba la hora, su rostro se invadió de felicidad, contagiando al chancero que estaba sentado en la misma banca con una bandeja llena de mercancía.
—¿Qué traes ahí?
—Cigarros, mentas, chicles, rondallas —le mostró el chancero.
La joven lucía un abrigo, tacones, traía el cabello recogido, en el piso, junto a ella, estaba su bolso de mano.
Luego de un rato, se escuchó el sonar del tren, ella, rápidamente, tomó su bolso; extendió su mirada hacia los carriles de la vía, y en cuestión de nada, lo vio pasar a toda velocidad sin detenerse.
Regresó a la banca, mientras miraba al tren que se alejaba.
—¿Chico, por qué no me has ofrecido algún vichucho?
—Es la primera vez que me preguntas, en tantos años que llevamos aquí.
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