SENTIRES

Autor:   Ramón Illán Bacca

Ramón Illán Bacca


EN EL HAY FESTIVAL


Ramón Illán Bacca

EN EL HAY FESTIVAL

 

Como invitado a participar en el Hay Festival viajé el martes 28 a Riohacha a una primera fase. La Gobernación de La Guajira, el Cerrejón y otras entidades se han unido a este evento. Había novelistas, periodistas, antropólogos y funcionarios del Hay.

En el acto inaugural en la mesa con intelectuales guajiros se habló de hacer conocer en su mayor alcance la cultura guajira. En el entreacto, Margarita Serje, antropóloga, me explicaba cómo en su libro El revés de la frontera, territorios salvajes, fronteras, tierras de nadie decía cómo desde el centro del país se miraba a los territorios fronterizos como lugares de encantamiento, de leyenda, de mitos, buenos sitios para el turismo, pero no para el desarrollo.

Nemesio Montiel, autor de la novela Alailá (Palabreros), reveló que estaba traduciendo Cien años de soledad al wayuunaiki.

El tiempo se me fue en escuchar charlas como las de Evelio José Rosero (autor de Los ejércitos y El lejero, entre otras novelas), quien recomendó no leer a los autores que escriben por dinero. Varios de los autores presentes se miraron extrañados.

Al iniciar la entrevista a Tomás González (autor de Primero estaba el mar y Temporal, entre otras novelas) estaba nervioso. Tomás tenía fama de ser muy parco en las respuestas y yo apenas me había leído cuatro de sus diez o más libros. Como apenas había terminado las dos últimas páginas de Temporal, cuando subí al escenario arranqué por ahí.

Le pregunté si su última novela, donde los hijos odian al padre, estaba influida por los mitos fundacionales del parricidio. Parece que la pregunta truculenta funcionó porque el hombre se soltó, y después, cuando le pregunté cómo había llegado a ser “el secreto mejor guardado de la literatura colombiana”, toda la charla fluyó. El resto del programa lo viví en medio de preguntas de asistentes, de libros de jóvenes escritores, de curiosos, de encuentro con viejos amigos, lo habitual.

En el vuelo directo a Cartagena leí The clinic, el magazín contestatario fundado y dirigido por el chileno Patricio Fernández Chadwick, uno de los invitados. La publicación fue bautizada así porque en esa clínica inglesa fue recluido Pinochet cuando lo encarcelaron en Inglaterra.

En la edición que tenía en mis manos festejaban el número 500, a pesar de que al principio pensaban Patricio y sus compañeros que la aventura no iba a durar nada. “Bienvenidos todos menos los tontos graves” es uno de sus lemas.

En Cartagena repetí la charla con Roberto Burgos Cantor. Hacemos un buen tándem. Él pone en orden y dice en forma disciplinada con un toque poético muchas de las ideas que yo también comparto, y yo cabalgo con mis anécdotas. Hubo una buena asistencia y la gente se quedó hasta el final, a pesar de haberse dañado los micrófonos.

Una señora de alta edad me acompañó a la sala a firmar libros. Tenía un español enredado, pero dijo conocerme y haberme leído. ¿Será la nieta de Churchill?, me pregunté después que leí que esa nieta rondaba por el Hay.

Celebridades era lo que se veía en los almuerzos en el hotel Santa Clara. Todo el notablato nacional y muchas luminarias internacionales desfilaban con sus séquitos. Una cara a lo lejos se me hizo conocida y a pesar de mi intensa miopía descubrí que era Felipe González. Otro señor de cabellera blanca que pasó por delante iba acompañado de dos barranquilleros. “Es el hijo de la duquesa de Alba”, me aclaró una amiga. “Me parece más interesante como editor de Siruela”, le respondí.

Me adelanté con un libro para pedir el autógrafo a un escritor que pensé sería el francés Dominique Fernández, pero resultó ser el argentino Ricardo Piglia. Al darse cuenta de la confusión me preguntó si se parecían. Solo atiné a decirle: “Todos los famosos se parecen”.

El viernes fui con otros escritores cartageneros a un barrio de la ciudad invitado por los organizadores del programa Letras desde la otra orilla. Fue un encuentro con la otra Cartagena. Al final se nos pidió que en una frase motiváramos a la muchachada a leer.

Dije: “Se dice que una imagen vale por mil palabras, cuando estén frente a un libro dejen a un lado la imagen y recuperen las mil palabras”.

 
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