SENTIRES

Autor:   Julio Carrascal Puentes

Julio Carrascal Puentes


LA VIEJA CANSONA



LA VIEJA CASONA

 

Era una casa esquinera, con cuatro puertas de entrada y cinco de salida; tambien poseía dos puertas de patio, una al este y otra al oeste; una choza de palma y bahareque como cocina, y un baño. En el patio, cuatro palos de coco y un árbol de guayacán que tambien servía de dormidero a las gallinas, el gallo viejo, dos pollones y un loro.

 

En la mañana temprano con el primer canto del gallo se levantaban don José y su esposa, la señora Camila. El uno ensillaba el burro para dirigirse a los quehaceres del campo en su pequeña finquita, y doña Camila a los del hogar.

 

Se habían casado hacía 10 años y desde el primer día Don José le dijo:

 

—Mira Camila, esta casa es muy grande para solo dos personas; así que voy a sembrar dos hectáreas de ñame porque éste da leche a la mujer, según decía mi abuela, y tú vas a parir nuestros muchachos.

 

Tuvieron siete hijos, tres varones y cuatro mujeres.

 

Don José llegaba del monte todos los días después del trabajo con maíz para la cría de gallinas que atendía doña Camila y que cada cuatro meses le entregaba pollos y pollas para vender en el mercado del pueblo. También vendían huevo criollo, pero ése lo iban a adquirir los compradores directamente a la casona.

 

A eso de las cinco de la tarde, por lo regular se armaba una mesa de juego de dominó en el patio, con tres amigos más; nunca debajo de un palo de coco.

 

—No vaya a ser caiga un coco y me achicharre la cabeza —decía don José.

 

Los sábados en la tarde por lo general compraban dos botellas de ron blanco y las mezclaban con agua de coco para emborracharse. El loro siempre con su palabrería: “Buenos días, don José”, y él mismo se respondía: “buenos días”.

 

—¡No joda!, yo si estoy sala’o, siempre me salen cuatro dobles. Este dominó está marcado. Déjense de trampa. No metan cabra —exclamaba en medio del juego Don José.

 

De pronto el loro decía:

 

—Miren ahí viene el compa‘e negro, a gorrear como siempre. Cacheteeero.

 

El compa’e negro escuchaba, servía el trago y para sus adentros se decía: “Estos son mis compadres que le enseñan esas cosas al loro. El loro habla es lo que oye. ¡Pero yo me gano el trago sirviéndolo!”.

 

Jugando comentaban anécdotas y cuentos. Como ese que decía que una vez un fulano amigo de ellos se murió y llegó al cielo, lo recibió San Pedro con una túnica blanca, y aquel le expresó al Santo Guardián del cielo: “¡Homb’e tocayo! (tambien el muerto se llamaba Pedro), ¡cómo me va a hacer esto, precisamente hoy que cumple años mi mujer y estaba celebrando y tomándome unos tragos! Devuélvame siquiera por este día”. El Santo disque lo miraba, y él rogándole con las manos cruzadas sobre el pecho. San Pedro se condolió y le dijo: “Bueno, yo te envío, pero no como hombre, sino como animal”. “Bueno, lo que sea, pero devuélveme”. San Pedro lo devolvió y cayó en el patio de la casona como una gallina blanca. El gallo viejo, apenas la vio, salió a cortejarla haciéndole el redondel. Cuando estaba para pisarla, la gallina más vieja levantó un ala y exclamó: “¡Un momento! Eso no es una gallina”. El gallo viejo se detuvo. “Sí es gallina”, gritaban las pollonas. “Nada de eso. Que demuestre que es gallina y ponga un huevo. Así, si es gallina”. “Que lo ponga, que lo ponga”, gritaban todas las demás gallinas. Como pudo, y pujando duro, soltó un huevo. “Sí es gallina”, gritaron las pollonas. El gallo viejo salió para encima. “Un momento”, dijo nuevamente la gallina vieja. “Esa no es plena prueba; para que sea gallina de verdad, debe poner otro huevo”. “Sí, que lo ponga, que lo ponga”, gritaron las demás gallinas. Nuevamente hizo el supremo esfuerzo, pujó, y puso un segundo huevo. “Ahora si es gallina”, exclamaron las pollas. “No señoritas, ahora viene la prueba reina. Para ser gallina de verdad tiene que poner un tercer huevo”. “¡Sí, que lo ponga, que lo ponga!”, gritaron todas las gallinas. Nuevamente, comenzó a hacer fuerza y a pujar... De pronto, sintió un fuerte golpe en la costilla y una voz que le decía: “¡Bueno, borracho ‘e mierda!, ya te has cagado dos veces en la cama, ¿y te vas a cagar de nuevo? Vaya a bañarse y a limpiar la cama, carajo”.          

 

Ya no existen ni don José ni la señora Camila, la finquita se la dividieron los hijos, pero conservan para los siete la vieja casona, que ahora tiene un billar, varias mesas de juego de dominó y barajas, y cuatro catres de lona para el que se emborrache, y un enfriador con bastante cerveza fría dizque para el desenguayabe... Eso sí, continúa la tradición de narrar historias, echar cuentos, donde se burlan de quien sea, hasta del cura del pueblo o el alcalde.

 

Un cuento muy popular en la casona se refiere a que un día un maestro de la escuela le preguntó a Luisito, el hijo del compa´ e mañe: “¿Quién descubrió a América?”. El muchacho, asustado, le respondió: “Yo no fui, profe, le aseguro que yo no fui”. “A ver, usted, Carmencita, dígame quién descubrió a América”. “Yo tampoco fui, profe. Yo pasé todo el día en mi casa”. El profesor se rascó la cabeza. Se salió del aula a pensar un rato en el preciso instante en que pasaba el compa’e mañe. El profesor lo detuvo y le puso la queja. “Don Mañe, mire usted, su hijo ya está en quinto elemental y le pregunté que me dijera quién descubrió a América, y me respondió que él no había sido, lo mismo me respondió Carmencita, la nieta de Doña Esther”. El compa’e Mañe le contesto: “Mire profe, yo conozco a esos muchachos y son muy buenos pelaos, si le dijeron que ellos no habían sido, créales, seguro que ellos no fueron”. Se volvió a rascar la cabeza y vio venir al Alcalde en una motocicleta. Lo paró y le comentó lo sucedido con Carmencita y Luisito. El Alcalde le manifestó en voz baja y mientras apagaba la moto: “Profe, yo también conozco a esos muchachos, son embusteros, no les crea, ellos fueron, ellos fueron”.

 

Luego de cuentos y juego, al final de la jornada, es común oír a alguno diciendo: “Voy a comerme mi platico de arroz con ensalada, bocachico frito y agua de panela con naranja agria”.

 

En estos tiempos a la entrada de la vieja casona hay un letrero que dice: “Se cierra a las 10 de la noche y se abre a las 9 de la mañana viernes, sábado y domingo. Quien pelee pierde el derecho de admisión”.

 

Al preguntarle a uno de los propietarios por el letrero, me comentó:

 

—Mire mi amigo, lo que sucede es que hasta la amistad de hoy no es la de antes, hace una semana despedí al cantinero porque apuñaló a un amigo ya borracho, que solo quiso pagarle 12 cervezas de 15 que se había bebido. Pensé: Yo mejor cierro el negocio o pongo nuevas condiciones. Esto último fue lo que hice.

 

Recuerdo que mi Papá, y los abuelos, en sitios como la vieja casona, se tomaban sus traguitos, hacían sancocho de gallina, se iban, y como a los dos días venían a pagar. Ahora, hasta por una cabra, trampa, quieren pelear... antes era motivo de risa o simple discusión para averiguar quién fue.

 
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