—¡Eh, nuestra selva ya es área protegida!
—¿Cómo sabes?
—Me acaban de avisar por WhatsApp, del Gobierno.
—¿Y se tienen que ir?
—¡Ya!
Se abrazan, niños, mujeres, hombres, familias. Lloran de felicidad. Han sido años de lucha para que la selva no sea arrasada.
—Esto no termina aquí —les dice el jefe de la empresa explotadora.
—Aquí estaremos y nunca seguirán —les dice con toda la fuerza de su corazón Catalina.
Prenden los motores las máquinas. Reversan y reversan hasta que lo único que queda de ellas es la huella profunda de su daño.
Un mono se acerca a Catalina. Por años ella ha acompañado a su familia. Durante sus investigaciones les dio cariño, y la acogieron como parte de ellos.
Catalina lo abraza, le toma la cabeza y le dice:
—Todo está bien. Ya están bien.
El mono le sonríe.
Suena la música de tambores y gaitas.
El mono camina de vuelta hacia su hogar. Su familia lo espera aún con el terror a la muerte que venía hacia ellos. Les muestra que las máquinas ya no están. Se miran unos a otros, no lo pueden creer. Respiran.
Saltan, bailan los monos, su algarabía contagia a las aves que levantan vuelo cantando. Los jaguares, los osos, las dantas, salen de sus guaridas, sienten el gozo de lo que está pasando.
El agua y el aire corren, todavía oscuros por el dolor de lo ocurrido, pero briosos de vida, y avanzan y avanzan, y van recuperando su esencia, y todos los celebran.