Se escucha a lo lejos, es como si de pronto un goteo interminable fluyera por algún lado que no es determinado, cuando el individuo se encuentra en medio del sueño, es la sensación de la que tendrás que despertarte, pero te niegas a hacerlo, no aceptas la servidumbre de la realidad, pero reconoces que no estás comportándote tal y como deberías, es la culpa la que llega desde ese goteo, es el desperdicio del agua de la filtración la que te conmueve.
Nada encuentras que te consuele mientras el goteo continúa, recuerdas que así fue como José Gorostiza concibió su gran poema: Muerte sin fin; y viste —con tus propios ojos— la hoja en el original que fue escrito a máquina y que te enseñó Miguel de entre sus tesoros, apostados en las cajas de archivo muerto de cartón que le entregó el poeta; y es el goteo en el insomnio el que sirve, como la inspiración que construye el poema más celebrado de México.
Es por esto que cargas con la culpa de molestarte ante la terquedad, porque el goteo sigue, y no te deja dormir, en lugar de esperar con paciencia a que la inspiración te llegue en el momento menos esperado, y sea tal el envión a esos mundos inciertos, que te haga escribir tal y como nunca lo has hecho, o es que siempre estás a la espera de lo imposible y esa es la pregunta: si estabas preparado para escribir lo que te llega en esas largas noches, tal y como lo estaba Gorostiza en el momento en que el goteo que convierte en la fuente insuperable de su vuelo del espíritu.
Al fin te decides a ignorarlo y te volteas, ignoras el llamado que te hace la filtración del agua y que se representa con un simple goteo; el sonido al caer, gota a gota, no podrá privarte del sueño de la noche, no podrá evitar que por fin llegue la reparación del cansancio del día y el fin del mismo recuerdo, el que tanto te molesta.